Hace días cuando acabamos el periodo vacacional, nos sentíamos eufóricos, dando gracias a Dios de que este año “no ha pasado nada”, no nos han robado en casa ni en el coche, no hemos perdido la cartera mientras estábamos en Babia viendo monumentos o paisajes; nadie de la familia se ha puesto enfermo y nos hemos ahorrado sustos, penas y paseos por los hospitales; tampoco hemos leído la prensa y casi nos habíamos olvidado de que si nuestra clase política trabajase en el sector privado, estarían todos en situación legal de desempleo, y cobrando el subsidio de 426 euros. Así que con las emociones y la contentura todavía vivas, emprendimos nuevamente el trabajo profesional.
Pero no hay situaciones ideales, aunque nuestra imaginación insista en ello. Nos dimos de canto en los dientes. En casi todos los colectivos laborales hay problemas económicos, amenazas de recortes públicos y privados, nervios, angustias, caras largas o malas caras, salidas de tono, lloros, disgustos…. Menuda vuelta al trabajo! Y yo que estaba tan contenta, vana ilusión, me dije.
Las vacaciones fueron ideales pero la realidad se había endurecido. El ánimo se situó en los pies, y porque después de éstos no hay nada más. Pero nada ni nadie, a pesar de la coyuntura, tienen el derecho ni tan solo para ejercitarlo, para robarnos la alegría. Pues cuando esta se va entran males peores de los que teníamos de antemano. Es bueno reflexionar en esos momentos duros en los que después de las vacaciones entra el desánimo, la tristeza y el enfrentamiento con los demás, pues repercute, aunque no lo queramos, en el trato con nuestro marido, nuestros hijos, las nueras… (Ay que posesivas podemos llegar a ser las suegras!), y con los compañeros del trabajo.
Alerta, pues, la rutina ya no existe, día a día la vida cambia deprisa y se ha de estar preparada para lo que sea, pues el que trabaja porque trabaja, el que no porque está en el paro, el enfermo porque no puede consigo mismo…. así sucesivamente, con la mochila personal de cada uno. Y para vivir la alegría la mejor propuesta que he experimentado es el diálogo con el Señor ante el Sagrario, y de vez en cuando, sin duda, recordar los mejores momentos de las vacaciones, la cuestión es conservar y hacer crecer la alegría que pone el sello de oro a nuestra condición de cristiano.