Impresionante es el esfuerzo físico y de voluntad que realizan los bailarines que se preparan constantemente para la belleza y el arte del ballet clásico. La foto del pie de Rudolf Nureyev (1938-1993) realizada por Richard Avedon dio la vuelta al mundo, en la época en la que era calificado como el mejor bailarín del mundo, fue aplaudido y galardonado.
Podemos observar las callosidades que a fuerza de los años se consolidan y protegen extraordinariamente a los pies torturados en los brincos, en los saltos, en los giros, en los portes, en las miles de horas de preparación y en todas sus actuaciones.
Junto a ese esfuerzo indudable, tenemos el de cada día, el de cada jornada, desarrollado en muchos hogares anónimos. Esposos y esposas se dejan la piel por su familia y de cara a Dios. Ese esfuerzo de cara a Dios probablemente no tendrá aquella fama en la tierra pero sí en el cielo. Por ello podemos aplaudir también a las callosidades de esas manos que trabajan mucho, a esas ojeras de sueño y cansancio por pasar noches en vela junto a los hijos pequeños o junto a los enfermos de la familia, manteniendo el orden haciendo el hogar luminoso y alegre... un esfuerzo que parece que tenga que sobre entenderse obligado, pero que es esfuerzo a fin de cuentas.
Y como nos adentramos al fin de semana podemos reservarnos tres minutos y medio y contemplar a la gran bailarina ruso/española, nacida en 1925, Maya Plisétskaya en un fragmento, la muerte del cisne, del gran ballet El Lago de los Cisne, del cual se dice que lo ha interpretado más de 800 veces. Se puede observar que durante ese tiempo prácticamente Maya baila sobre la punta de los dedos de sus pies, y vuela con la misma belleza del cisne, bravo! bravísimo!