Es bueno saber o bien recordar que por mucho empeño que pongamos en que nuestro Matrimonio siga adelante siempre habrá alguna cosa que se tuerza. Sufrimos mucho al ver que ponemos fuerzas, ilusión y oración, y pam! otra vez un problema. Sin duda no hemos de desanimarnos y hemos seguir en la lucha de cada día con alegría. Pero, y ahí voy, la doctrina de la Iglesia Católica nos ayudará a entender siempre el por qué de las caídas, por ello es muy recomendable “ir a la fuente”, es decir, al Catecismo de la Iglesia Católica (CEC), para saber llevar ese negocio tan importante que tenemos en nuestras manos: el de llevar a Dios nuestra alma y la de nuestro marido. El CEC nos refiere una enseñanza que nos puede invitar a meditar para entender qué nos pasa en relación con nuestro cónyuge.
Todo hombre, tanto en su entorno como en su propio corazón, vive la experiencia del mal. Esta experiencia se hace sentir también en las relaciones entre el hombre y la mujer. En todo tiempo, la unión del hombre y la mujer vive amenazada por la discordia, el espíritu de dominio, la infidelidad, los celos y conflictos que pueden conducir hasta el odio y la ruptura. Este desorden puede manifestarse de manera más o menos aguda, y puede ser más o menos superado, según las culturas, las épocas, los individuos, pero siempre aparece como algo de carácter universal.
Según la fe, este desorden que constatamos dolorosamente, no se origina en la naturaleza del hombre y de la mujer, ni en la naturaleza de sus relaciones, sino en el pecado. El primer pecado, ruptura con Dios, tiene como consecuencia primera la ruptura de la comunión original entre el hombre y la mujer. Sus relaciones quedan distorsionadas por agravios recíprocos (Cf. Gn 3,12); su atractivo mutuo, don propio del creador (Cf. Gn
2,22), se cambia en relaciones de dominio y de concupiscencia (Cf. Gn 3,16b); la hermosa vocación del hombre y de la mujer de ser fecundos, de multiplicarse y someter la tierra (Cf.Gn 1,28) queda sometida a los dolores del parto y los esfuerzos de ganar el pan (Cf. Gn 3,16-19).
CEC, Artículo 1606 y 1607 “El matrimonio bajo la esclavitud del pecado”