El alma cuando ya no puede vivir en el cuerpo se separa de éste, es el momento de la muerte de ese cuerpo que ha convivido con el alma desde el instante en que fue engendrado. El alma seguirá existiendo viva y eterna. Por ello no es extraño que en el estado matrimonial de la viudedad se vivan momentos de unión muy íntima con el ser amado que murió. No solo el dolor es un combate contra esa ausencia irreparable, sino que es un vivir de nuevo de otro modo con aquel o aquella que marchó. En muchos casos la viuda explica cómo murió su esposo, y aunque fuera esperada esa muerte por las enfermedades que le acuciaban y que actúan como una espada de Damocles, el momento de la ruptura física es dolorosísimo y hay que dar tiempo al tiempo para reparar la herida producida. A ellos, los hombres, les cuesta más explicar su dolor, hablan menos, sin embargo siguen sufriendo igual el duro golpe.
Así en estos temas, mi amiga Luisa me explicó cómo murió su marido: Estaba enfermo del corazón, había sufrido varios infartos y una operación; siempre crees que ha llegado el momento, nunca estás lo suficientemente preparada. Cuando le dio el último infarto, mientras esperábamos la ambulancia, que llegó enseguida, me dijo:“Ay! Madre Mía, estoy peor de lo que pensaba”. Se persignó haciendo la señal de la Cruz, se puso a rezar y ya no dijo nada más, al poco murió; a pesar de todo le di gracias a Dios por la buena muerte que le dio.
Creo que solo una persona que ama profundamente a Dios, entiende que el momento de la muerte es el más trascendente de toda nuestra vida porque inmediatamente se encontrará cara a cara con Dios.