El adulterio es una violación y una trasgresión al compromiso establecido entre dos personas casadas entre si. Por lo tanto es algo que ocurre en el ámbito matrimonial y se refiere al hecho de tener relaciones sexuales con una persona distinta a tu propio cónyuge. Con los siglos, los años, los tiempos y la moral supérstite, el adulterio ha ido cambiando de peso en cuanto el castigo que pudiera merecer y las consecuencias que por él se derivasen. Conocemos como todavía en algunos países se apedrean a mujeres por haber sido acusadas de adúlteras, o como en otros países, España por ejemplo (hay muchos más) no es causa de nada, jurídicamente hablando. Si ante la ley no supone ninguna pena o castigo, ni es causa de separación ni de divorcio, lo que está claro es que para el cónyuge víctima supone una frustración imponente, un disgusto tremendo, y un caos emocional que le va a ser difícil de superar, todo ello –aunque legalmente no haya protección- podría llevar al matrimonio a separaciones y rupturas, como todos sabemos.
Sin embargo en las religiones monoteístas y que abastan el mundo como lo son el cristianismo, el islam y el judaísmo, se considera el adulterio como una violación grave a la ley de Dios. No es ya una ofensa al cónyuge, sino una grave ofensa a Dios. Esto hemos de tenerlo en cuenta pues el ser humano es un ser naturalmente religioso, y estas religiones con unas raíces muy comunes, a pesar de sus divergencias importantes, sitúan a Dios por encima de los hombres, las mujeres y por supuesto de sus leyes. No es baladí, pues, que esa trasgresión al compromiso dado en el matrimonio sea aún más grave en nuestro sentido, y es un posicionamiento que en el ámbito pagano, agnóstico o ateo, no se entiende, y en algunos casos no se respeta.
En la religión católica, el adulterio se considera como uno de los pecados gravemente contrarios al Matrimonio, así consta en el Catecismo de la Iglesia Católica , nuestro libro de doctrina que movidos por la fe, creemos. Es más, tiene la entidad de pecado mortal. Para repararlo no basta pedirle perdón al cónyuge ofendido; tampoco basta para limpiarlo participar en una confesión comunitaria, en la que mucha gente pide perdón a Dios por sus pecados, sean los que fueran. Lo que repara de verdad esa grave ofensa a Dios es acogerse al sacramento de la penitencia (confesión sacramental) y privada con el sacerdote.