A esta
hora todavía las calles de nuestras ciudades se van despejando de niños
y niñas, de sus papás y abuelos que han salido por doquier para recibir a los
Reyes Magos de Oriente. Todos, de alguna manera, nos sentimos felices y con
ilusión en una víspera tan especial para los más pequeños. Todos, o casi todos,
“hemos escrito” una carta a los Reyes pidiéndoles cosas que nos puedan ser
útiles: muchos juguetes para los niños y niñas de la familia; también habremos pedido
amor, trabajo y mucha paciencia para seguir adelante, y, en la medida de lo
posible, nuestros deseos se van a cumplir. Habremos dado indicaciones de lo que
queremos, el precio, el color el tamaño, la tienda, los problemas que tenemos …
pues a los Reyes Magos se les ha de facilitar la labor del arduo trabajo que
van a tener toda la noche, hasta muy entrada la madrugada. En todas
las casas les espera un poquito de turrón, mantecados, bombones, fruta,
incluso cava y agua para los camellos. La cuestión es que vayan reponiendo fuerzas, pues cuando
despunte el sol todos los niños y niñas, y algunos mayores, sea donde sea, tengan un presente con el mismo
cariño con el que Melchor, Gaspar y Baltasar, después de recorrer un largo
camino de arenales y palacios, llegaron a los pies del Niño Jesús, el Rey de Reyes y le entregaron oro, incienso y mirra.
Es una tradición española, en la que hasta los más escépticos participan pues la
ilusión es algo que se contagia, es la alegría cristiana de la primera manifestación
de Dios en la tierra, ¡es la Epifanía!.