En el esfuerzo diario de vivir
santamente el matrimonio, el cúmulo de las dificultades podemos considerarlas
estorbos, sin embargo el superarlas o, más aún, el vivirlas intensamente en las
manos de Dios, acrecienta la santidad de nuestro caminar matrimonial.
Esas dificultades a veces nacen del
propio seno de la familia, es decir, de los propios padres –entendiendo el
padre y la madre o el suegro y la suegra- . Claro está que cuando se opta por
el Matrimonio en toda su entidad, se deja el padre y la madre, el suegro y la
suegra, pero a la práctica esto es extremadamente difícil.
¿Cuánto uno desea de tener a sus hijos
muy cerca cuando éstos se casan? ¿Cuánto deseas verlos más a menudo de lo que
realmente ellos quieren o pueden según las circunstancias? ¿Cuántas veces nos
dicen los padres que has de cuidarlos más o estar más por ellos, aunque
objetivamente no sea cierto que los abandones?
Se plantean, pues, diariamente muchos
dilemas de atención a la familia propia ante la opción de cuidar al esposo y a
los hijos que todavía están en el hogar paterno. Y se plantean porque la vida
no es regalada para nadie. Y si se opta antes por el esposo enfermo que por un
padre o una madre que aun siendo mayores, achacosos, dolientes y doloridos están
bien atendidos y cuidados por otras personas, incluso de la familia, en el
fondo del corazón puede quedarte un gran dolor. Sin embargo, la primera opción es la de cuidar
el propio matrimonio, que es obligación de cada persona casada, pues ni los hijos
ni los padres van a suplirte en esa misión, la de salvaguardar tu matrimonio.
El dilema se multiplica cuando ese
límite deja de tener el tono de la caridad cristiana y se abandona a los
padres a la suerte de la administración pública y a los hijos a la suerte de la
educación impartida por otros, auto excluyéndose de las propias responsabilidades. Por eso
es difícil marcar ese límite, el de poner al esposo primero, luego a los hijos,
la familia ... pues no son compartimentos estancos, sino que en la medida de
las prioridades, poniendo a Dios primero, esa pirámide de dificultades se hace muy grande y la tendremos que ir resolviendo, sobre todo si la caridad y la justicia las
sabemos administrar bien.
Para ello hemos de dedicarle siempre un
tiempo diario a rezar, a pensar, a escribir los problemas, es decir, hacer una
lista e incluso a puntuar el grado de dificultad que hemos de afrontar. A pesar
de esta conclusión aparentemente razonable e incluso matemática, nos hartaremos
de equivocarnos, nos hartaremos de escuchar improperios, pero le pediremos siempre
al Espíritu Santo que nos ayude a resolver estos dilemas relacionados con la
práctica de la caridad, el abandono de uno mismo y el desprecio al egoísmo. Así,
como mínimo, lo habremos intentado pues solo el esposo y la esposa podrán salvar
su propio matrimonio, los demás podrán ayudarte en algo, pero cada cónyuge es
el responsable de hacerlo vivir, apartando todo lo que pueda perturbarlo, pero siempre
con la medida del amor y de la caridad.