A lo largo del Antiguo
Testamento hay muchas referencias al amor entre el esposo y la esposa, y el
júbilo de ambos, pues en los textos de la revelación de Dios a su pueblo de
Israel, Dios, al establecer su Alianza, la asimila para la comprensión de los
hombres, a la alianza de un hombre con su mujer. En ese sentido, en el Nuevo
Testamento ocurre que la alianza es la que se establece por medio de Cristo, el
esposo, con su Iglesia, la esposa.
Esta esponsabilidad
entre Dios y su pueblo, entre Cristo y su Iglesia, hace elevar el aspecto
sobrenatural de la esponsabilidad de un hombre con una mujer, por lo que puede
decirse que el lecho en el que yacen los esposos es sagrado, como un altar
bendecido para llevar a cabo lo divino, el don de la participación en la creación.
Salmo 18 A (19 2-7)
El cielo proclama la gloria de Dios,
el firmamento pregona la obra de sus manos:
el día al día le pasa el mensaje,
la noche a la noche se lo susurra.
Sin que hablen, sin que pronuncien,
sin que resuene su voz,
a toda la tierra alcanza su pregón
y hasta los límites del orbe su lenguaje.
Allí le ha puesto su tienda al sol:
él sale como su esposo de su alcoba,
contento
como un héroe, a recorrer su camino
Asoma
por un extremo del cielo,
y su
órbita llega al otro extremo:
nada se
libra de su calor.