Leí recientemente una historia
antigua y de amor, de una esposa que rezaba por su amado esposo. Debido a confiar en la oración se produjo un acontecimiento sorprendente:
“Se
cuenta que no ha mucho tiempo sucedió que cierto hombre fue hecho prisionero
por sus enemigos y conducido a un punto lejano de su patria. Y como estuviese
allí mucho tiempo y su mujer no le viera venir de la cautividad, le juzgó
muerto, y como tal ofrecía por él sacrificios todas las semanas. Y cuantas
veces su mujer ofrecía sacrificios por la absolución de su alma, otras tantas
se le desataban las cadenas de su cautiverio. Vuelto más tarde a su pueblo,
refirió con admiración a su mujer cómo las cadenas que le sujetaban en su
calabozo se desataban por sí solas en determinados días de cada semana. Considerando su mujer los días y horas en que
esto sucediera, reconoció que quedaba libre cuando era ofrecido por su alma el
Santo Sacrificio, según ella pudo recordar”.*
Así que la confianza en la oración
nunca se pierde y se rompen cada día muchas cadenas gracias a las oraciones de
otros. Encomendar a las personas, tanto las que conocemos como las que no hemos
visto jamás, es siempre grato a Dios.
* San Gregorio Magno. Homilía sobre
los Evangelios, 37.
Cita de “Hablar con Dios" de Francisco Fernández Carvajal, viernes
de la tercera semana de pascua.