El exceso de protección de las madres respecto de los hijos y las hijas es directamente proporcional al grado de madurez que adquieren a lo largo de la vida. La mayoría de las
madres, lo somos de pocos hijos. En nuestra juventud nos quisimos liberar de no se qué, decidimos estudiar
mucho, tener una profesión, trabajar, ganar un sueldo y en contrapartida hemos
aportado un capital humano pequeño. Debido a ese remordimiento natural, los
hijos (entiéndase en adelante, también hijas) que tenemos los protegemos de tal manera que a pesar de trabajar fuera de casa, la vida en familia la convertimos en una convivencia en un hotel de cinco estrellas, y, por ende, muy difícil de abandonar.
Así que si no
maduran nuestros hijos, si no abandonan la adolescencia, es en parte por culpa de las madres.
¿Cuánta autoridad y paciencia hemos invertido en enseñarles a cocinar,
planchar, limpiar, comprar, poner en marcha los electrodomésticos, coser
botones, etc....? en cambio ¿Cuántas veces hemos renunciado a nosotras mismas
para que estudien y trabajen fuera de casa? ¿Qué opción hemos escogido? Sin
embargo en las familias numerosas todo funciona diferente, se reparten las
tareas, se ayudan unos a otros en muchos sentidos, a estudiar, a defenderse, a
comprenderse, a consolarse en las frustraciones, y a suplirse cuando el otro no
llega. Todo ello es un camino hacia la madurez, y la adolescencia se cumple a
término.
En todo esto pensé cuando he recordado la introducción que hizo el sacerdote en la misa en la que se celebraba santa Catalina de Siena, doctora de la Iglesia
y patrona de Europa: Catalina de Siena era el hijo número 24 de
25 hermanos! Además, Catalina a los siete años ya
decidió entregar su vida a Jesucristo, y compartió con Él sus estigmas al vivir
en profundidad su pasión. Sin dudar, podemos decir que a los siete años ya había
recibido una educación cristiana, con gran amor, muy probablemente compartida
con sus hermanos.
¿Cómo debía funcionar aquella familia? No me lo puedo ni
imaginar!, sin lavadoras, sin microondas, sin lavaplatos, sin antibióticos ni
ibuprofeno ni paracetamol....sin móviles, ni Internet. Debía ser milagroso
cocinar cada día para tantas personas. En fin, que tanto trabajar fuera de casa
y tan profesionales cómo somos y siglos atrás las mujeres trabajaban y amaban
de forma tan espectacular y extraordinaria que mucho hemos de aprender las
de hoy para enseñar a nuestros hijos a ser maduros y valientes, no solo para
que sean buenos profesionales sino también para que sepan ser buenos esposos y esposas, y
generosos padres y madres de familia. No hemos de olvidar que siempre todo ello ha de ponerse en manos de
Dios, como la familia de aquella santa enamorada de Jesucristo.