La sabiduría popular está basada en la
mayoría de los casos en la repetición de las cosas de la vida cotidiana, y que
con gran observación y agudeza se transmite de generación en generación. Por
ello nos puede seguir ayudando a entender las cosas más elementales y
cotidianas. Sin embargo, hoy en día, el cientifismo, es decir, la imposición de
la afirmación de que solo es real todo aquello que se puede medir, pesar y
contar, nos embarca en grandes teorías que nos agobian como callejones sin
salida.
En ese sentido, una amiga me regaló una
frase que su sabia abuela le había transmitido con bastante insistencia: Educar
a una mujer es educar a un pueblo. Cuántas veces hemos visto, oído y
leído cómo la revolución de la mujer en el siglo XX ha supuesto el motor de
muchísimos, y no siempre positivos, cambios para la sociedad.
Y más cosas por el estilo.
Si el mundo cambió porque nosotras hemos salido del
trabajo del hogar para estudiar, mandar o ser soldados, también podemos, ahora,
avanzar en el amor a la vida, a la propia y a la ajena, empezando por la del no
nacido, y por quien nos ofrecimos enteramente cuando nos casamos, nuestro
marido. Si enseñamos en la familia el valor del amor por el amor, y no por el
del resultado final de un listado de tareas, si lo transmitimos sin miedo pero
respetando al otro, y haciéndonos respetar, resurgiríamos de este declive
social porque el egoísmo nos está autodestruyendo. Para que el mundo
mejore, hemos de empezar cada una y cada uno en el si de su familia y de su trabajo, y ¡todo irradiará a nuestro alrededor!
Gracias, Begoña