
Por otro lado, estamos los que creemos
que el matrimonio es la unión de un hombre y una mujer en una sola carne, para
toda la vida y ante Dios. Es una realidad. Es la ley natural desde la
concepción del mundo. Y a la vez es exigente, muy exigente. Son pocas palabras pero difíciles
de explicar y ejercitar, para ello hay que formarse y rezar.
¿Qué podemos hacer?
Al igual que Jesucristo
enviaba un grupo de mensajeros delante de Él para que le preparasen el terreno
y tener una multitud que le escuchara, nosotros, los católicos, hoy somos aquellos mensajeros. Y lo que tenemos que hacer es hacer apostolado. Hagamos como lo hagamos, cada uno
y cada una, según sus circunstancias, hay que hacer apostolado de la doctrina
de Cristo y del matrimonio cristiano. Es muy probable que siempre no nos
quieran escuchar ni leer, o no seremos bien recibidos donde vayamos. Tampoco a Jesucristo lo quisieron en todas partes… Como hoy leíamos en el Evangelio de la misa, yendo a Samaria camino de
Jerusalén no quisieron escucharle.
Hemos de redoblar los esfuerzos,
no desanimarnos por la disparidad y el rechazo de nuestro apostolado. Es
urgente evangelizar sobre el matrimonio natural, y haciéndolo viviremos una
gran aventura, pues la evangelización es un gran trabajo de amor por los demás,
hablando, escribiendo, escuchando, comprendiendo, transmitiendo amor, siempre.
*La gran aventura de la evangelización:segundo párrafo del punto 58.
Carta apostólica Novo Milenio Ineunte, beato Juan Pablo II