Si alguien te anuncia que tiene un
día toledano, hay que darle gracias por el aviso y a continuación mantenerse
un poco alejado de él (o de ella) pues el horno
no está para bollos. En ese sentido hay personas, en el fondo muy amables,
que cuando están a punto de echarse a la yugular de alguien, aunque solo sea de
palabra, lo anuncian. Ellos mismos se advierten que faltarán a la caridad en
breves momentos. Sin embargo no siempre te encuentras a tu paso gente capaz de
tanto auto control como de avisar de su mal humor, pues lo normal es saltar con
los colmillos afilados al cuello del prójimo, sin motivo aparente, y les dura
el mal rollo bastante tiempo, porque se ha perdido por su cuerpo la humildad, y
no sabe que lo mejor es despertarla o reencontrarla en alguna vaso
sanguíneo sin importancia. Claro está que esto nos puede pasar a
cualquiera de nosotros pues cuando nos bulle la sangre, y en consecuencia nos
sube la presión o la acidez de estómago o cualquier otro síntoma que indica que
estamos encendidos como las brasas, somos capaces de herir a quien más
queremos. El regañar con el esposo, con los hijos o con los amigos del alma le
puede pasar al más santo o a la más santa, da igual la condición.

Así que alerta! con las espadas en alto y además toledanas, vale más
alejarse de ellas, buscar la humildad en uno mismo aunque esté en el sitio que
más nos duela, y ponerla en práctica, teniendo en cuenta que la humildad
normalmente es aquella desconocida y en ocasiones su ejercicio produzca daños colaterales.