En la formación continuada laboral viene siendo
habitual la relativa a la resolución de conflictos. Estos conflictos se
plantean a todos los niveles, en horizontal como en vertical, tanto de responsabilidad
como material, por ello es necesario
tener instrumentos para poder resolver un problema de relaciones
interpersonales. Obviamente esos instrumentos pueden transportarse a la vida
diaria con el buen ánimo de establecer una cordial vida familiar. Cuando este
conflicto se produce con el marido, con un hijo adolescente, con la vecina, con
la compañera de la mesa de al lado, con la propia madre…etc. hay que plantearse
(y así lo recomiendan) lo siguiente ¿Qué
puedo hacer yo para resolver el problema? En ese planteamiento no cabe
buscar culpables ni retirar el saludo, ni rallarle el coche a nadie. Con estas
burradas no resolveríamos el conflicto, sino que además perderíamos el trabajo,
reñiríamos con la familia o la amiga te giraría la cara. En las prácticas
de esos cursos formativos, como se trabajan situaciones que pueden ser reales
sin serlo, descubres que siempre se puede hacer algo positivo para resolver el
conflicto.
Visto desde el punto de vista ascético nos hallamos
ante una lucha por la paciencia, pues si la practicamos seremos capaces de ver ese qué podemos hacer para resolver un conflicto. Pues Mediante la paciencia poseeréis vuestra alma, decía san Lucas
(21,19).
La paciencia es raíz y custodia de todas las virtudes. Es una virtud
necesaria para ser fieles a Dios y estar alegres. Primero, claro está,
paciencia con nosotros mismos como decía san Francisco de Sales; luego, paciencia
con los demás, y por último, con las contrariedades de la vida corriente. Son
tres focos importantes. Nadie salvo Dios (y la Virgen Santísima )
es perfecto, lo sabemos, y por lo tanto tenemos defectos, y uno de ellos más
gordo que los otros, al cual tendimos más habitualmente, de ahí la paciencia
con uno mismo. La paciencia con los demás se refiere a tenerla y gastarla con los
familiares, el esposo, los hijos, los hermanos, etc... Pues en la convivencia
diaria es donde se ve y se vive el mal carácter debido a la impaciencia y a la ira. San Pablo decía que la
caridad es paciente. Y si se pierde la paciencia perderemos bienes mayores,
decía san Agustín. Esta maravillosa virtud nos lleva a soportar sin quejas la
vida diaria, que la vivimos en una sociedad
del hoy y ahora. Por ello, la paciencia ejercitada habitualmente nos llevará
con inteligencia a resolver ese conflicto, familiar o laboral pues es un don del
Espíritu Santo que nos hace entender a los demás, aunque para ello necesitemos
tiempo, es decir, paciencia.