No se oye nada, salvo los resoplidos que envuelven el
silencio de tu entorno. Él abre los ojos, parece que haga esfuerzos para
despertarse, y tú, vana ilusión! crees que te va a preguntar... ¿Cómo has dormido? Pueda ser que aun
dormido tenga la capacidad de pensar y huelgue preguntar, pues sabe a ciencia
cierta que ronca!! Sí, es tu marido, a ese que le prometiste amor y entrega
para siempre, pero parece un elefante sacado del zoo por unas horas, en una noche que nada se parece a las Mil y una Noches que Scheherezade le iba explicando
aquel sultán malvado que se desposaba cada noche con una virgen, y después la
hacía decapitar solo por venganza, pues encontró, in fraganti!, a su primera
esposa traicionándolo.
Pues no, no eres Scheherezade, tu imaginación la pusiste
en el congelador y se te secaron las neuronas para pensar algo acorde con
aquella mañana u otras mañanas. Te quedas con que te haya dicho “Buenos días”, pues ha supuesto para él
un soberano esfuerzo de cariño. Y quizá acertó en no preguntarte nada más pues
dormiste mal o muy mal, debido a ese estertor natural que tienen los hombres cuando
van subiendo de peso, porque cocinas muy bien y les ha dado
todo tipo de placeres….
¡Vaya, vaya!, piensas a la luz del café descafeinado de las
7 de la mañana, la culpa de haber dormido mal ahora va a ser mía, entonces ¿de qué me quejo?