La rutina dura muy poco porque
sobrevienen los cambios en nuestra vida a
la velocidad en que van todas las cosas del mundo de hoy. Ni los veranos
aciagos por el calor, ni las largas noches de invierno y colgados por la nieve,
duran tanto como para llegar a aburrirnos. Sin embargo esos cambios a veces nos
llevan a nuevos planteamientos en nuestra vida: la muerte de un ser querido y
muy cercano; un volver a Dios de nuevo
por el toque de la gracia de la conversión; un trabajo realmente subyugante; la
lectura de un libro de un santo que te lleva a mirarte el alma; un atentado
terrorista que pasa a espada tu corazón para siempre, ¡Cuánto dolor en un de
repente!
En esa tesitura, una buena amiga
mía, me ha enviado su testimonio. Ella y su marido han vivido, mano a mano, un grave
accidente que ella sufrió. Hoy están bien, los dos se han recuperado, pues ella
sufrió sus heridas con fortaleza y él, como todos los maridos, vio caerse el
mundo a sus pies. Pero hay que tener esperanza, ellos la tuvieron, por eso ella
ahora ha escrito sus impresiones, el bien recibido a pesar de la grave
experiencia.
Os lo transcribo.
“Cambios y empatía
Al buscar unas fotos de un viaje a Costa Rica,
he vuelto a recordar momentos de esa aventura al otro lado del charco…fue el
viaje más estupendo, aventurero y maravilloso que mi marido y yo hemos hecho
nunca. Y siempre digo que es muy bueno tener ese recuerdo en común. Muy bueno.
Pues en ese viaje, una mañana yo tomaba el sol
en el precioso patio selvático de la casa donde vivíamos, en Robredales, se
llamaba. Estaba un poco tristona, un poco melancólica, muy añorada. Yo no me
daba cuenta de que me observaba la chica que nos atendía. Apareció de repente,
sin haberle pedido nada, con un plato de fruta fresca, limpia y cortada,
apetitosa y me dijo: “Tómese esta frutita, le vendrá bien: ¿Porqué está
triste?”, “Por los cambios”, le dije. Y creo que lo entendió. Ellos
entienden mucho de nostalgias y sentimientos. Es un gesto que no se me olvida.
Los cambios de ahora, los que acompañan a la
jubilación son muy profundos, porque abarcan una faceta nuestra que estaba muy
arraigada y llenaba una gran parte de nuestra vida. Y no se trata de la vida de
nuestros hijos, sino de la nuestra personal.
Los cambios de aquel viaje fueron un
arrancarnos de la cercanía a los que estaban hasta entonces pegados a nuestra
vida, los hijos, de forma hasta física, si queréis…y costaron…pero nuestra vida
seguía con los mismos hábitos diarios, con las mismas ocupaciones, con el mismo
estrés.
Ahora es un parar y arrancar de nuevo. En un
nuevo contexto. En una nueva visión de nuestro día a día.
Y me ayuda a pensar.
A pensar sobre mí y sobre las cosas. A mirarme
hacia dentro y ver lo que tengo fuera. A dar gracias por todo y pedir por lo
que está ahí.
Una de las cosas por las que doy gracias es
por haber salido serena de un accidente reciente que me dejó mucho tiempo
inactiva ¿Lo estuve realmente? En eso tienen mucho que decir los demás pero yo
creo que mi inactividad fue solo “itinerante”. Porque de la otra, la del
pensamiento, los deseos y los actos verbales, estuve muy, pero que muy activa ¡Gracias
a Dios! De las gentes que conocí y traté en ese tiempo podría escribir otra
parrafada pero no lo haré.
No hay mal que por bien no venga y es cierto
que ese tiempo me preparó a lo que está viniendo, sin darme cuenta. Aprendí
mucho sobre lo que significa la vida, el cariño, las relaciones humanas, sin
correr, sin prisas, saboreando las pausas entre cosa y cosa. Disfrutando del
tiempo que antes no tenía y aprovechándolo para lo más importante: las
personas. Pensar en cómo son los que nos rodean y porqué son así, ayuda a
quererles mejor y a disfrutar de su presencia sin pedir a cambio siempre algo: Ayuda
a empatizar con las gentes. ¡Y cuánto hay que aprender sobre eso! Nunca
sabremos bastante.
Porque, ¿os habéis preguntado a menudo las
razones de los errores de los demás? ¿o solamente os disculpáis a vosotros
mismos?. Aunque disculpar no es aceptar como bueno lo que no lo es, sí es
acercarnos al otro y acompañarlo para ayudarle a ver lo que no va, desde fuera,
y así poder remediarlo.
Decía que empatizar, o en el lenguaje de
siempre, comprender, es una de las cosas más difíciles y mas estupendas que
tenemos los humanos. Por eso me acordaba de la chiquita costarricense….con una
mirada sintió lo que yo sentía y se acercó a mí para siquiera apoyarme con unos
trozos de papaya y sandía, gratuitos, cortados con cariño.
¡Esa es la empatía que nos atrae!”
Gracias Mireya por tu colaboración!