El emperador Julio Cesar nació 100 años antes de Cristo, fue un
gran militar y político
de su tiempo. Se casó
con Pompeya. Ella debía ser bellísima y más de un varón la deseó poseer. Uno de ellos se obsesionó de tal manera
que arguyó el modo de yacer con ella. Así, en los ritos que
organizó Pompeya con ocasión de los actos que se iban a celebrar en el año 62 antes
de Cristo, y en el que solamente podían participar mujeres, Publio Clodio Pulcro,
un joven líder, demagogo y conocido por sus malas artes, se disfrazó de mujer para
poder entrar en las fiestas con el solo propósito de saciar su lascivo deseo
con Pompeya.
Julio Cesar conoció los hechos y consideró que esa treta era un
sacrilegio. Todo ello derivó en la celebración de un juicio de divorcio,
declarando en público que él no consideraba a Pompeya responsable de lo que
había ocurrido, pero la frase que dictó a continuación pasó a la historia y
todavía se sigue utilizando, aunque con un significado más amplio:
La mujer de
César no sólo debe ser honrada; además debe parecerlo.
De alguna manera, la moral natural ya indica que es mejor
no ponerse en peligro de tentaciones, o no dar pie a ellas, para evitar
meternos en líos que acaben muy mal, pues así acaban todos los enredos. Ellos,
los varones, por muy buenos y santos que
sean, son visuales, y a nosotras, por naturaleza, nos gusta presumir. Por lo
tanto, tendríamos que ser muy aplicadas en la virtud de la templanza, no solo para ser
honradas sino también para parecerlo.... sobre todo ahora que empieza el buen tiempo.