¿Hasta qué punto hemos
de ser complacientes con nuestro esposo? Es buena y sana la sumisión al esposo
en la medida del amor, pero no en la medida de la violencia. En esa
sumisión al esposo, coexiste el control de ser
señora de ti misma por voluntad propia, en aras de tu paz interior y de la
vida conyugal. La sumisión no es subyugarse a los quereres y delitos del
cónyuge, sino en el saber aceptar y comprender al otro tal cual es. Pero ¿Dónde
está el límite de la sumisión? Gráficamente está en la puerta del infierno, no
más allá. La sumisión tiene ese límite.
En la vida conyugal pueden existir
colaboraciones conjuntas en cometer pecados. Por ejemplo, los de avaricia, que
serían faltas y delitos económicos, y no valen excusas “Yo amo a mi marido y confío en todo lo que hace” como hemos visto
en algunos asuntos judiciales de abaste mediático. Tampoco son excusables los
pecados de lujuria, por ejemplo, en los usos matrimoniales o sexuales contra natura como método natural (que
no lo es) anticonceptivo, o sesiones de cambios de parejas o aventuras, para
que cada uno goce con otras personas que se conocen bien y no tienen
enfermedades. O los excesos de gula, aunque sean con el propio esposo; estos
también se han de vigilar para que no se conviertan en un descarrío habitual y se
destroce el hígado. Y así, podríamos ir añadiendo a la lista otras conductas
pecaminosas.
Esta conjunción de complacencias las
encontramos en diversos pasajes bíblicos que describen con todo detalle pecados
conyugales. Del Libro de los Reyes que se sigue en la XI semana del tiempo
ordinario, en la santa misa, hemos leído como el rey de Samaria, Ajab, desea
tener la viña de Nabot porque está muy cerca de su palacio, y allí haría
plantar un huerto para su placer. A pesar de que Ajab ofreció a Nabot que le
daría lo que le pidiera, éste se negó porque no quería ceder la propiedad que
había heredado de sus padres. Así las cosas, el rey Ajab entristeció y su
esposa, la reina Jezabel ,
le dijo que como él era el rey de Israel que estuviera tranquilo, que ella le
daría la viña. Jezabel, con sus malas artes,
urdió una traición contra Nabot, el cual finalmente fue apedreado, ante su
pueblo y hasta la
muerte. Jezabel le comunicó a Ajab que Nabot había muerto y
que ya podía ir a ocupar su viña. Y sin más, Ajab la ocupó.
Como veréis, la mujer, de antes y
de ahora, es capaz de ser una arpía de tamaño descomunal por complacer a su instinto
cruel y maligno, y de paso o como excusa, complacer a su esposo.
El límite de la puerta del
infierno existe y es literal, no hay que pasarlo jamás, ni por complacer al
esposo aunque se irrite, ni por complacer a un hijo que te amenaza que se va de casa, ni a
una amiga aunque te retire la palabra, ni a una colega
del trabajo que te va a criticar, es igual, hay que resistirse a la tentación
sabrosa del pecado, pues las almas se salvan individualmente. Cada uno ha
vigilar por su salvación eterna y por la de los demás también.
texto bíblico literal:
"Texto del I Libro de los Reyes 21,
1-6
Por aquel tiempo,
Nabot, el de Yezrael, tenía una viña pegando al palacio de Ajab, rey de
Samaria. Ajab le propuso: "Dame la viña para hacerme yo una huerta, porque
está al lado, pegando a mi casa; yo te daré en cambio una viña mejor o, si
prefieres, te pago en dinero." Nabot respondió: "¡Dios me libre de
cederte la heredad de mis padres!" Ajab marchó a casa malhumorado y
enfurecido por la respuesta de Nabot, el de Yezrael, aquello de: "No te
cederé la heredad de mis padres." Se tumbó en la cama, volvió la cara y no
quiso probar alimento. Su esposa Jezabel se le acercó y le dijo: "¿Por qué
estás de mal humor y no quieres probar alimento?" Él contestó: "Es
que hablé a Nabot, el de Yezrael, y le propuse: "Véndeme la viña o, si
prefieres, te la cambio por otra." Y me dice: "No te doy mi
viña."" Entonces Jezabel dijo: "¿Y eres tú el que manda en
Israel? ¡Arriba! A comer, que te sentará bien. ¡Yo te daré la viña de Nabot, el
de Yezrael!" Escribió unas cartas en nombre de Ajab, las selló con el
sello del rey y las envió a los ancianos y notables de la ciudad, paisanos de
Nabot. Las cartas decían: "Proclamad un ayuno y sentad a Nabot en primera
fila. Sentad en frente a dos canallas que declaren contra él: "Has
maldecido a Dios y al rey.,' Lo sacáis afuera y lo apedreáis hasta que
muera." Los paisanos de Nabot, los ancianos y notables que vivían en la
ciudad, hicieron tal como les decía Jezabel, según estaba escrito en las cartas
que habían recibido. Proclamaron un ayuno y sentaron a Nabot en primera fila;
llegaron dos canallas, se le sentaron enfrente y testificaron contra Nabot
públicamente: "Nabot ha maldecido a Dios y al rey." Lo sacaron fuera
de la ciudad y lo apedrearon hasta que murió. Entonces informaron a Jezabel:
"Nabot ha muerto apedreado." En cuanto oyó Jezabel que Nabot había
muerto apedreado, dijo a Ajab: "Hala, toma posesión de la viña de Nabot,
el de Yezrael, que no quiso vendértela. Nabot ya no vive, ha muerto." En
cuanto oyó Ajab que Nabot había muerto, se levantó y bajó a tomar posesión de
la viña de Nabot, el de Yezrael."