Justo cuando se iniciaron las charlas de aquella tarde al
aire libre en el Pati Manning, en donde tiene su entrada principal la iglesia
de Santa Maria de Montalegre, empezó a sobrevolar un helicóptero. Al principio
parecía como un barrido de la zona, a corta distancia. Pero volvió, y volvió.
Empezó a resultar molestoso. Identificamos que era de la Policía. Las
especulaciones, entre algunas personas, surgieron fácilmente, como la
persecución a un delincuente o la manifestación reclamando esto y lo otro, aquí
y allí, etc. Los ponentes tuvieron que
adecuarse a la situación pues efectivamente el helicóptero pasó a ser incordiante.
Llegados al final e iniciándose el coloquio, el helicóptero se fue
definitivamente por donde había venido.
Aquello me dio que pensar en lo que nos gusta a las
mujeres controlar nuestro entorno. Unas veces por exceso de orden y otras por
celos. Sobrevolamos constantemente sobre la vida de nuestro esposo y de
nuestros hijos (entre otros entornos) y en ocasiones no atinamos que con ello
estropeamos algo maravilloso como lo es la confianza en ellos. Es evidente que
debemos saber muchas cosas de nuestros hijos, de nuestro esposo, de nuestro
matrimonio. Pero la vida de cada persona no es como una nevera que la abrimos y
hacemos lista de lo que nos falta y de lo que todavía tenemos al fresco.
Por eso pensé que no deberíamos ser esposas, ni
madres, ni suegras helicóptero pues podemos llegar a ser realmente muy
molestosas, desagradables e inoportunas, y no valdrá la excusa de que lo
hacíamos por amor. En definitiva, la mejor manera de dar amor es
la de no molestar.