¡Qué agradable
es ver como sonríe la gente! Pues suele costar un montón extender el rictus de
tal manera que regalemos una sonrisa al que tenemos enfrente. En cambio, es una
forma de practicar la caridad con el prójimo, y costará (a veces mucho, a veces
poco) hasta convertirlo en un hábito bueno, intrínseco a uno mismo, manifestándolo
externamente aunque nos encontremos mal o muy mal.
En ese
sentido, ayudan mucho esas personas que tienen la cualidad del humor innato, y
llevan una agenda de chistes que en cualquier reunión la abren y te mondas de la risa. O aquellos y
aquellas que dibujan viñetas graciosas y ocurrentes, entre otros estilos. Cuando
abrimos una revista o un periódico (digital o papel), a veces vamos en busca de
ese chiste, cuyo autor con anterioridad a tu búsqueda ya había desplegado su
ingenio para que en cualquier momento tú o yo nos rompamos a reír. Y las
situaciones cotidianas y domésticas suelen ser el hilo perfecto para hacer un
embrollo ficticio o para describir la realidad. Y al caso de esto me llegó una viñeta
graciosa y realista en la que se describe al hombre despistado (existen muchos)
y padre de familia; a la mujer y madre la retrata atareada en muchas cosas, cargada
de paciencia, y, sobre todo, en actitud de resignación de lo que es siempre
igual no se va a poder cambiar.
No hay
que agobiarse, cada día tiene su afán. Si ellos no encuentran nada en su propia
casa, es algo corriente; y si nosotras tenemos en la cabeza el contenido de
todos los cajones, armarios, lacenas, muebles y demás del domicilio familiar,
es tan normal como necesario. Así los dos, marido y mujer, se complementan (o
nos complementamos). Claro! que nosotras con un carro de paciencia añadido.