Las bodas son símbolo de alianza
entre un hombre y una mujer, en el mismo sentido que Dios revela su alianza
para con todos los hombres y mujeres de la humanidad. Así lo
hemos leído en muchos pasajes del Antiguo Testamento, así como en el Evangelio
del domingo de la XXVIII semana del tiempo ordinario, según san Mateo 22, 1-14
<<Tomando Jesús de nuevo la
palabra les habló en parábolas, diciendo: «El Reino de los Cielos es semejante
a un rey que celebró el banquete de bodas de su hijo. Envió sus siervos a llamar
a los invitados a la boda, pero no quisieron venir. Envió todavía otros
siervos, con este encargo: Decid a los invitados: "Mirad, mi banquete está
preparado, se han matado ya mis novillos y animales cebados, y todo está a
punto; venid a la boda." Pero ellos, sin hacer caso, se fueron el uno a su
campo, el otro a su negocio; y los demás agarraron a los siervos, los
escarnecieron y los mataron. Se airó el rey y, enviando sus tropas, dio muerte
a aquellos homicidas y prendió fuego a su ciudad. Entonces dice a sus siervos:
"La boda está preparada, pero los invitados no eran dignos. Id, pues, a
los cruces de los caminos y, a cuantos encontréis, invitadlos a la boda."
Los siervos salieron a los caminos, reunieron a todos los que encontraron,
malos y buenos, y la sala de bodas se llenó de comensales. «Entró el rey a ver
a los comensales, y al notar que había allí uno que no tenía traje de boda, le
dice: "Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin traje de boda?" Él se quedó
callado. Entonces el rey dijo a los sirvientes: "Atadle de pies y manos, y
echadle a las tinieblas de fuera; allí será el llanto y el rechinar de
dientes." Porque muchos son llamados, mas pocos escogidos>>.
Así, las bodas, la alianza entre
un hombre y una mujer, se sellan con la gracia del sacramento matrimonial, que
en la tierra nada lo separará porque ha sido sellada por Dios para siempre. Por
ello, está dispuesto que el matrimonio es indisoluble, al igual que es
indisoluble la alianza que estableció Dios con nosotros, con los hombres y
mujeres anteriores a nosotros y con todos y todas que están en la mente de Dios
y que todavía no han nacido.
Y a esa invitación que hemos
recibido a las bodas y que nos hace el Rey, hay que ir bien vestido, porque si
no lo hacemos, nos echarán del banquete.
En esta parábola, el rey es Dios; el banquete es el Reino de los cielos,
es decir el estado beatífico del alma a la muerte del cuerpo mortal que la
envolvía; y el vestido de fiesta, es el alma en estado de gracia, es decir,
aquella alma que está purificada con el sacramento del perdón y la
reconciliación porque ha acudido a confesarse y ha recibido la absolución de un
sacerdote.