
Fue
un síncope. Y aquí seguimos poniendo remedio al origen del síncope. ¡Gracias a
Dios! seguimos de la mano. Pero
¿Cómo me sentí? ¿Qué creía que sentía? ¿Cómo se sienten otras personas como en
mi caso? Me sentí como la esposa que había sido de él pues dentro de mí noté como
si me arrancaran por un momento algo mío, a mi esposo, con el que había compartido
tantos años, los mejores de mi vida.
Y
si fueron tan desgarrantes aquellos instantes, cuando sobreviene la muerte efectiva
del marido o de la mujer, (o de otro ser querido, por supuesto) el dolor humano
no lo podemos llegar ni a imaginar, pues no se puede medir, contar o pesar,
incluso ni explicar. Pero es real y certero, y se ha vivir el duelo, digan lo
que digan.
Todos hemos visto en nuestro entorno viudas o viudos que siguen la
vida tan cerca del que fuera su esposo o esposa, que se sienten como si
todavía estuvieran juntos, aunque caminando a solas. Por
ello, ver como en el lenguaje ese dolor es reducido a una sola palabra llamada
“viudez” o “viudedad”, es decir, el
pasado reducido a un nombre, a un presente nuevo, me produce un sentimiento
extraño. Por eso prefiero llamar al supérstite como el Esposo que fue de… o la Esposa
que fue de… Y así se debe porque este fue el epitafio de un esposo, el padre de una amiga mía, que dejó sus voluntades escritas –también la esquela-, y quiso que las esquelas que
se publicaran a su muerte en los medios no dijeran que era viudo de tal
señora, sino Esposo fue de… aquella bella mujer.