En estos
días previos a las fiestas de la Navidad, unas dos semanas, vemos las tiendas
repletas de gente (entre ellos, nosotros mismos) comprando con ilusión regalos
para los diferentes miembros de la familia y amigos a los que veremos por Navidad
u otros días, Año Nuevo, la Epifanía. También (los y las que cocinamos)
estamos pensando y comprando todo aquello necesario para hacer un almuerzo o una cena de Navidad que guste a los invitados y sea muy preciado para estos días.
Sin
embargo, ¡siempre pasan cosas! (a veces desagradables) en estos días festivos.
Nos juntamos varias familias, con distintos gustos, caracteres, edades y hemos
de ser capaces de convivir en paz. Pero no siempre todos los invitados lo
consiguen, pues por definición hay alguien que entra en la celebración con
ganas de disparar mal carácter pues no tiene un buen día, o le duele el
estómago, o no quiere que le toque a fulanito de tal a su derecha como otros
años, o el tocón de turno o el que bebe demasiado, el que solo explica chistes
marranos que ya los conocemos, o el que tiene un afán de protagonismo invariable y es
el centro de atención de la mesa, porque no hay nadie mejor que él!. En fin,
siempre hay alguna persona que sin mala intención es un poco aguafiestas o
incluso cargante. Y la cocinera (o el cocinero) después de tantos esfuerzos
verá unas cuantas caras largas, por pequeñas rarezas que han surgido de manera
espontánea y que molestan a los demás.

Y también
rezar, ya desde ahora mismo para que todo vaya bien, que nadie discuta, que no
se queme en la cocina nada de nada, y que no haya motivo para que después de
las fiestas y nos pregunten ¿bien o en familia?, podamos decir ¡Bien
y en Familia!