El divorcio está al alcance de la
voluntad de cada uno pero nosotros vamos a ser positivos e iremos en otra
dirección. Trabajaremos en la defensa del núcleo natural de la humanidad, la
familia, para que esté abierta a la vida con maternidad y paternidad
responsables; para que el trabajo de los hijos no solo sea jugar y estudiar,
sino también para que colaboraren en las tareas domésticas; para que tanto el
papá como la mamá se repartan las tareas según las capacidades y el tiempo; para
que todos los miembros de la familia tengan el dominio de sí para no dejarse
llevar por la sociedad de consumo, las marcas, las últimas novedades
electrónicas, etc. así la sobriedad presidirá los gastos. Y para que la familia
rece unida, que el amor lo presida todo, pues se trata de llevar adelante el
proyecto que Dios ha querido para cada uno de nosotros.
Este modelo de familia que para
muchos tiene sabor rancio y antiguo, es sin duda lo que mantiene el crecimiento
y desarrollo de la
humanidad. Se va adaptando a los tiempos y a los medios que
ofrece el tiempo en el que se vive. Hoy en día, por ejemplo, no sabemos vivir
sin lavadora; cuando se estropea se produce una especie de cataclismo doméstico
y hay que acudir a otros miembros de la familia con bolsas para que nos laven
la ropa, o a la buena vecina, o a las tintorerías y lavanderías, mientras
arreglan la dichosa lavadora o compramos otra. Estos medios materiales (es
decir, los electrodomésticos y los medios electrónicos) mejoran el
funcionamiento de la familia pero no la destruyen. Lo que la
destruye es el egoísmo, el ser Yo el centro y ser Yo lo más
importante de mi entorno.
En la carta mensual del prelado del Opus Dei que ha dirigido a los fieles de la prelatura y a todo aquel que la
quiera leer en este mes de junio de 2015, dice lo siguiente:
“Me
atrevo a afirmar que, en una buena parte, la triste crisis que padece ahora la
sociedad hunde sus raíces en el descuido del hogar. Si el padre, la madre, los
hijos, se ocuparan con mayor atención de la casa, responsabilizándose con
alegría de los diversos quehaceres, se incrementaría la calidad humana; se
propagaría la caridad sincera que Cristo ha venido a traernos, y se evitarían
muchas causas de conflictos.[…] Que no olviden —escribió san Josemaría— que el secreto de la
felicidad conyugal está en lo cotidiano, no en ensueños. Está en encontrar la
alegría escondida que da la llegada al hogar; en el trato cariñoso con los
hijos; en el trabajo de todos los días, en el que colabora la familia entera;
en el buen humor ante las dificultades, que hay que afrontar con deportividad;
en el aprovechamiento también de todos los adelantos que nos proporciona la
civilización, para hacer la casa agradable, la vida más sencilla, la formación
más eficaz”.
Estas
palabras, meditadas y puestas en común en la familia, nos pueden ayudar a
conducir el hogar familiar.