Los asuntos de familia son aquellas cosas, cuestiones,
problemas, cosillas, (¡sin violencia, claro!!) herencias, hijos ilegítimos…. que
no hace falta airear al resto del mundo, aunque hierva al rojo vivo un periodismo
que favorece el morbo de aquellas personas que quieren curiosear en esos
asuntillos de gente conocida o bien de gente que se presta al morbo para darse
a conocer. Creo, no obstante, que esos asuntos es mejor lavarlos en casa, que todo quede en familia sería lo óptimo, lo
cual significa dialogar con los miembros de la familia, ponerse en la piel del
otro, escuchar, rectificar la mayoría de las veces, tener mucha paciencia etc.
Pero
la realidad no es así, el orgullo nos domina, y a veces no nos damos ni cuenta.
De repente un día nos cierran la boca, y al siguiente ya hemos perdido la confianza
y no queremos explicar, comentar ni decir nada, pues no queremos que nos lleven la contraria,
creemos que no nos van a entender, no nos interesa la opinión del otro porque uno
ya tiene la suya… Y más eteces. Por eso me pareció genial la película protagonizada
por Andy García (al que cito con cierta asiduidad) que tiene por título Asuntos de familia (2009, USA). García
interpreta a un funcionario de
prisiones, un simple carcelero.
El film nos ubica en Nueva York, fuera de Manhattan, en
una isla en la que se vive muy bien; el que nace allí no se va y el que llega
se queda. La playa la tienen a pie de escalera, para broncearse, evadirse, fumar y relajarse, y contemplar la belleza relativa del entorno.
A pesar
de tantos aspectos positivos, la relación entre los dos cónyuges, como con los
hijos adolescentes, se mantiene en un territorio comanche, siempre en pie de
guerra, sin comprenderse en lo más mínimo. Para suavizar las tensiones que
generan los personajes, se entremezclan escenas cómicas y chocantes, en el que
tienen muy buen juego los personajes secundarios. La parte del desenlace es
realmente dramática, muy en sintonía con la realidad de las familias actuales
(pasadas y futuras). Pero el follón se ha de solucionar, el espectador no puede
quedarse con un nudo en el estómago. Se introduce entonces el diálogo, aunque
sea a gritos. Finalmente uno a otro se escuchan… y tú te sonríes y aplaudes en
la butaca de tu salón.