Se anuncia un amor sin contenido que
se llena según lo relativo de cada uno, en cambio el amor de Dios está definido
y no en lo relativo sino en lo concreto, en la verdad. La condición de saberse hijos
de Dios en todo momento nos lo aclara todo pues la realidad de la filiación
divina es condición esencial de los seres humanos. El fundamento de querer
hacer bien las cosas es porque somos hijos de Dios, hemos de ser conscientes de
ello. Es un modo de ser basado en la verdad. A nuestros hijos los educamos para
que sean buenos hijos. Y nos duele que no lo sean. Aquí también Dios nos enseña
cómo actuar.
Hay que empezar en la familia a
dejarse corregir y a corregir. Se ha de hacer con cariño y si a uno le corrigen
sin cariño, agradecerlo igual. Y luego, pisar con más frecuencia el
confesionario de un sacerdote católico. Nos preguntaremos primero: ¿De qué me tengo que arrepentir? Podríamos
pensar que todo lo hago bien, no hago mal
a nadie. Si pienso así, impediré a Dios su acción de perdonar, pues no hay
arrepentimiento.
Para vivir bien el matrimonio hay
que perdonar y perdonar constantemente, de esa humildad del perdón nacerá el
arrepentimiento. Y podremos entender que un Matrimonio no puede estar sujeto siempre a la revisión, es decir,
hay que olvidar en la lucha por ser feliz en el matrimonio que, si no sale bien, me divorcio. Pues el
compromiso y la entrega han de ser totales. La integridad de la entrega no va midiendo
la cantidad sino superando la entrega sin medida.
La Iglesia tiene una necesidad
imperiosa, la de que nos unamos fielmente entre nosotros, ayudándonos con amor,
siendo respetuosos, rezando, teniendo paciencia con nosotros mismos, con los que
no nos entienden y con los que nos han dado la espalda. Hagamos de nosotros mismos
una ofrenda, un holocausto en el amor esponsal, con comprensión, poniéndonos en
la piel del otro y de los demás.
No esperemos agradecimientos de nadie,
pues el Amor se alimenta de Dios mismo. No tengamos miedo de ser firmes en
nuestra vocación matrimonial, el Señor está en medio de los matrimonios. No
estamos solos, un cónyuge se ayuda a otro. La alegría mutuamente se transmite y se transmite a los demás. Hemos de estar alegres transformando
los problemas en agradecimiento a Dios.
En este caminar de ser Misericordiosos como el Padre, renovemos
el propósito de comportarnos como hijos de Dios.
Que se abran las puertas del cielo, te pido perdón Jesús.