En el domingo 6 de febrero de 2016 se realizarán, de
forma simultánea en diversas ciudades del mundo, manifestaciones de hombres en
aras de reivindicar su masculinidad. Han anunciado los lemas que gritaran: la mujer
no puede votar, la mujer no tiene criterios de justicia, su nivel intelectual
es inferior al del hombre, y reclamarán que retornen los reyes y los guerreros
para dominar el mundo. Si es así, no es de recibo que la masculinidad se pretenda ganar a
base de hundir a la mujer.
Pero, además, ¿Cómo es posible que los Ayuntamientos de
Barcelona y Granada hayan autorizado este tipo de manifestaciones que son
denigrantes para la mujer?
No todo vale, lo hemos dicho muchas veces, pues nada es
relativo. Es decir, la verdad no es lo que cada uno diga o piense. No vale que
la mujer sea propietaria de su propio cuerpo, exclamado desde la explosión
feminista del siglo XX, ni tampoco es cierto que el mejor hombre sea “el colgado”. La ideología de género,
perfectamente perversa, impone que entre el hombre y la mujer no hay
diferencias y que lo mismo da si eres hombre o mujer, pues puedes ser lo que quieras.
Esta mezcla maligna de ideas relativas y de que todo da igual, está creando
gravísimos enfrentamientos en el reconocimiento propio, en el propio Yo y del ¿Quién soy yo?
A resultas de ello, surgen peticiones de cambio de sexo
en niños pequeños debido a las confusiones gravísimas de los padres, o burradas
como las manifestaciones de hombres embrutecidos, convertidos en animales y
preparados para una guerra de un enemigo imaginario.
Hemos de reivindicar que hombre y mujer no somos rivales sino
complementarios, que no somos oponentes sino consensuadores, que peleamos en el
mismo bando. Hemos de respetarnos hombres y mujeres, juntos. De lo contrario, creo
que nos hemos vuelto locos reivindicando, unas y otros.