En pie de guerra nos pone el Estado
Islámico, la provocación no cesa. De nuestra sociedad escogen la tecnología, las
armas, el transporte, los medios de comunicación, las redes sociales, etc. Y a
su vez, para satisfacer su malignidad crean, entre nosotros, terror donde no lo
hay, desestabilizan las instituciones y abren un flanco de tiro mucho más amplio
e impensable. No hay continente que no haya sufrido este azote. El ángulo de
tiro es de 360º, un sinfín de objetivos, para este nueva forma de guerra. Los estadistas
tienen este reto, el combate no es cuerpo a cuerpo, ni en trincheras ni con
ataques aéreos, solamente. Hay que ir al fondo de aquello que mueve a este
enemigo que hace años que va destruyendo familias, expectativas, ilusiones.
¿Qué pretenden? Por supuesto, ser los
amos del mundo, de su sociedad y de la nuestra, de sus hijos y de los nuestros.
En esa sociedad, que impone el terror
del infierno, las madres tienen muchos hijos, pero son para la revolución, ese
es el patrimonio de bien que dan a la sociedad. En nuestra sociedad de derechos
y libertades, se matan miles de hijos antes de nacer, el índice de natalidad es
muy bajo, y como compañía se prefiere, muchas veces, a un animalito.
En esa sociedad se reza a dios, se
cree en la familia, y su dios les pide el suicidio y hacer daño a los infieles.
En la nuestra, se pretende apartar a Dios de la vida corriente.
No obstante Dios es Misericordioso, lento a la ira y rico en piedad. Y este Dios,
el único Dios verdadero, nos pide que recemos por nuestras familias, por las de
los demás, por la paz, la justicia… y por
nuestros enemigos. Así somos los cristianos, también los perseguidos tanto
en Siria como en Pakistán, que tan felices estaban celebrando la Pascua del
Señor en su Resurrección.
Todo esto ni quita ni quitará la defensa,
que es moralmente legítima.
(Véase Catecismo Iglesia Católica
puntos 2302 y siguientes)