El Prelado del Opus Dei, Monseñor
Javier Echevarría, ha fallecido en Roma en la noche del día de la Virgen de
Guadalupe, a la cual tenía mucha devoción, el 12 de diciembre de 2016.
¡Que en la Gloria de Dios goce de la
paz eterna!
Publicamos una de sus muchísimas
cartas. En este caso, versa sobre el tema de la familia.
"En este tiempo de Navidad, la Sagrada
Familia ocupa de modo especial el centro
de nuestras miradas. Por eso, resulta lógico que, al contemplar a la trinidad
de la tierra, acuda a nuestro corazón, junto a la gratitud y a la adoración, la
petición para que en todas partes se respete y se defienda la verdadera
naturaleza y dignidad de la institución familiar; y para que especialmente las
familias cristianas sean un reflejo del hogar de Nazaret. Así lo leíamos en la
plegaria que la liturgia ponía en nuestros labios el pasado 30 de diciembre,
fiesta de la Santa Familia de Jesús, María y José, invitándonos a rezar: Señor
y Dios nuestro, que nos has dado en la Sagrada Familia de tu Hijo el modelo
perfecto para nuestras familias: concédenos practicar sus virtudes domésticas y
estar unidos por los lazos de tu amor, para que podamos ir a gozar eternamente,
con los tres, de la alegría de tu casa. (Misal Romano, Fiesta de la Sagrada
Familia, Colecta).
En
su última intervención pública sobre este tema, cerca ya del final de sus días,
el Santo Padre Juan Pablo II recordaba que "precisamente contemplando el
misterio de Dios que se hace hombre y encuentra acogida en una familia humana,
podemos comprender plenamente el valor y la belleza de la familia". En
efecto, continuaba el Papa, "la familia no sólo está en el centro de la
vida cristiana; también es el fundamento de la vida social y civil y, por eso,
constituye un capítulo central de la doctrina social cristiana". (Juan
Pablo II, Discurso a los participantes en la Asamblea del foro de las
Asociaciones familiares, 18-XII-2004).
También
Benedicto XVI insiste en la importancia de comprender a fondo el significado
del matrimonio y de la familia en el designio divino, frente a quienes se obstinan
en reducirlos a meras construcciones humanas y, por tanto, susceptibles de
reformas arbitrarias con el pasar de los tiempos. "En realidad —señala el
Papa—, el matrimonio y la familia no son una construcción sociológica casual,
fruto de situaciones históricas y económicas particulares. Al contrario, la
cuestión de la correcta relación entre el hombre y la mujer hunde sus raíces en
la esencia más profunda del ser humano y sólo a partir de ahí puede encontrar
su respuesta. Es decir, no puede separarse de la pregunta antigua y siempre
nueva del hombre sobre sí mismo: ¿quién soy?, ¿qué es el hombre? Y esta
pregunta, a su vez, no puede separarse del interrogante sobre Dios: ¿existe
Dios? y ¿quién es Dios?, ¿cuál es verdaderamente su rostro?". (Benedicto XVI,
Discurso en la apertura de la asamblea eclesial de la diócesis de Roma,
6-VI-2005).
Al
suscitar estos interrogantes, el Papa recuerda algunos principios fundamentales
de la Sagrada Escritura; entre otros, que "el hombre ha sido creado a
imagen de Dios, y Dios mismo es Amor. Por eso, la vocación al amor es lo que
hace que el hombre sea la auténtica imagen de Dios: es semejante a Dios en la
medida en que ama" (Ibid). Y el amor, lo sabemos bien, se alza como lo más
opuesto al egoísmo.
San
Josemaría nos repitió que "nuestra fe no desconoce nada de lo bello, de lo
generoso, de lo genuinamente humano, que hay aquí abajo. Nos enseña [la fe] que
la regla de nuestro vivir no debe ser la búsqueda egoísta del placer, porque
sólo la renuncia y el sacrificio llevan al verdadero amor: Dios nos ha amado y
nos invita a amarle y a amar a los demás con la verdad y la autenticidad con la
que Él nos ama" (San Josemaría, Es Cristo que pasa, n. 24). Sólo con esta
convicción, llevada un día y otro a la conducta personal, al propio hogar, al
lugar de trabajo, etc., se podrán refutar con eficacia —con la ayuda de la
gracia— las ideas erróneas y lograr que vuelvan a Dios las personas que las
sustentan.
Una
de las consecuencias inmediatas de esa vocación original al amor se centra en
que nadie se pertenece exclusivamente a sí mismo. Todos nos hallamos firmemente
entrelazados por los vínculos del mismo origen y del mismo fin, que tienen su
fundamento en Dios. Todos estamos llamados a asumir nuestra responsabilidad
personal por el bien de la sociedad, cada uno según las circunstancias de su
propia situación. En el caso de la familia y del matrimonio, queda claro que
las leyes que regulan esas instituciones —tanto las de la Iglesia como las de
cualquier sociedad que busque rectamente el bien común— no son sin más una
forma impuesta desde fuera, sino "una exigencia intrínseca del pacto de
amor conyugal y de la profundidad de la persona humana. En cambio, las diversas
formas actuales de disolución del matrimonio, como las uniones libres y el
"matrimonio a prueba", hasta el pseudo-matrimonio entre personas del
mismo sexo, son expresiones de una libertad anárquica, que se quiere presentar
erróneamente como verdadera liberación del hombre. Esa pseudo-libertad se funda
en una trivialización del cuerpo, que inevitablemente incluye la trivialización
del hombre. Se basa en el supuesto de que el hombre puede hacer de sí mismo lo
que quiera: así su cuerpo se convierte en algo secundario, algo que se puede
manipular desde el punto de vista humano, algo que se puede utilizar como se
quiera. El libertarismo, que se quiere hacer pasar como descubrimiento del
cuerpo y de su valor, es en realidad un dualismo que hace despreciable el
cuerpo, situándolo —por decirlo así— fuera del auténtico ser y de la auténtica
dignidad de la persona" (Benedicto XVI, Discurso en la apertura de la
asamblea eclesial de la diócesis de Roma, 6-VI-2005).
Como
ciudadanos y cristianos responsables, hemos de hacer todo lo posible para
defender y promover los valores irrenunciables en este campo fundamental para
la vida de la Iglesia y —no lo olvidemos— de la sociedad civil. Se nos presenta
como una de las tareas más urgentes de la nueva evangelización. La obligación
de difundir la recta doctrina sobre el matrimonio y la familia afecta a la
responsabilidad de todos. Las fiestas de estos días nos lo ponen gráficamente
ante los ojos y nos impulsan a no adormecernos, a despertar a muchas otras
personas del sueño malo que a veces les acomete.
No
quiero terminar sin una mención especial de las familias numerosas, a las que
nuestro Padre tenía tanto aprecio. Como fruto de su larga experiencia, solía
comentar: "he visto bastantes matrimonios que, cuando el Señor no les da
más que un hijo, tienen también la generosidad de dárselo a Dios. Pero no son
muchos los que lo hacen así. En las familias numerosas es más fácil comprender
la grandeza de la vocación divina y, entre sus hijos, los hay para todos los
estados. Pero he comprobado también con acción de gracias al Señor —y no pocas
veces—, que otros, a quienes el Señor no les da familia —siendo matrimonios
ejemplares—, saben aceptar con alegría la voluntad santa de Dios y dedicar más
tiempo a la caridad con el prójimo" (San Josemaría, Apuntes de la
predicación. AGP, P03, X-63, pp. 20-21).
Igual
que nuestro Padre, todo mi afecto —como el vuestro— se dirige también a los
matrimonios a los que el Señor no concede hijos. He visto muchas veces
cumplirse a la letra lo que afirmaba nuestro Fundador: que esas familias
"no sólo pueden santificar lo mismo su hogar, sino que además disponen de
más tiempo para dedicarse a los hijos de los otros, y son ya muchos los que lo
hacen con una abnegación conmovedora" (San Josemaría, Apuntes tomados en
una tertulia, 10-IV-1969), poniendo en práctica una paternidad y una maternidad
fecundísimas. Me consuela el pensamiento de que muchos fieles han llegado a la
Obra por la acción generosa de estos "padres y madres".
Recientemente,
el Papa Benedicto XVI ha afirmado que "en el actual contexto social, los
núcleos familiares con muchos hijos constituyen un testimonio de fe, de
valentía y de optimismo, porque sin hijos no hay futuro". Y añadía:
"formulo el auspicio de que se promuevan nuevas y adecuadas iniciativas
sociales y legislativas para tutelar y sostener a las familias más numerosas,
que constituyen una riqueza y una esperanza para todo el país" (Benedicto
XVI, Palabras al final de la audiencia del 2-XI-2005). Que estas palabras del
Santo Padre nos impulsen fuertemente a seguir esforzándonos para que, en todos
los lugares, se ayude a fondo a las familias a cumplir su misión —sobrenatural
y humana— indispensable para el futuro de la sociedad.
Volvamos
a la contemplación del misterio de la Navidad, que de algún modo se reitera
cada día porque diariamente viene Jesucristo a nuestros altares y
cotidianamente nace y renace en nuestras almas por la gracia. No dejemos de
acudir con frecuencia al "Belén perenne del Sagrario" (San Josemaría,
enero de 1939; cit. en Camino. Ed. crítico-histórica preparada por Pedro
Rodríguez, Rialp, Madrid 2004, 3ª ed., p. 1051), para pedirle luces y aprender
de Él.
Como
ya os he señalado antes, todos estamos implicados en esta tarea, primero con
una oración generosa y, siempre que sea oportuno, con el consejo adecuado. El
Señor, que en Caná de Galilea se sirvió de la docilidad de los sirvientes para
convertir el agua en vino, también ahora desea servirse de los cristianos, de
nosotros, para renovar sus prodigios, de modo que muchas personas crean en Él
(Cfr. Jn 2, 6-11).
+
Javier
Roma,
1 de enero de 2006"