El Matrimonio no es
ajeno a la persona, ni a la casada, ni a la soltera, ni al religioso ni al
ordenado, incluso en pleno verano. El matrimonio es una institución divina,
creada por Dios en la creación del mundo que conocemos. Creó Dios al hombre y a la mujer
y los unió. Cristo lo elevó a sacramento. Por lo tanto, el matrimonio es cosa
de todos. Todos somos responsables de que estas uniones sean sagradas. Nadie
puede girar la vista al otro lado, como diciendo, esto no va conmigo.
Pero la responsabilidad estará medida
según el conocimiento que se tenga de la trascendencia de esta institución. Y
en estas fechas estivales y calurosas, en las que la ropa se queda en el armario,
se agitan las transparencias, suben los peinados, y los abanicos explican con sus
gestos ciertas sensaciones, los deseos carnales o sexuales tienen menos tiempo
de maniobra para frenar el ímpetu. Por ello, el Matrimonio ahora está más en
peligro, y no solo el concepto divino sino también tu matrimonio o el mío.
Hay que saber caminar mirando el suelo
de la calle o las sillas de una cafetería o los pies de una playa, porqué hay
mucho personal atractivo en nuestro entorno, o simplemente con ganas de plan… tanto
hombres como mujeres, aunque las mujeres somos siempre las que, a la larga o a
la corta, salimos perdiendo. En aras de la libertad, no podemos ir por ahí sin auto
protegernos, o esperar a que nos protejan.
Recordad que el matrimonio contiene
tres dones importantes: el sacramento, la gracia sacramental en el sentido
sagrado; el amor de los esposos; y los frutos, los hijos biológicos o no, como
también los hijos espirituales. Estos tres dones nos mantendrán firmes. Y si
golpea la tentación, cortar de raíz. No importa ser antipático. Cortar al
inicio, del brillo en los ojos o ese de palpito natural, es la mejor solución.