Tenemos un sentido del humor cruel y negro. Nos reímos de situaciones que
nos producen sorpresa, pero si nos paráramos a pensar, solo un momentito, no
nos reiríamos. Eso nos pasa muchas veces cuando alguien se cae, por ejemplo, se
produce una situación cómica de la que te ríes por naturaleza. O cuando en
nuestro trabajo, un compañero que es chino pero que habla español, se enfada y
se enfada ¡tanto! que habla deprisa y por supuesto sin poder pronunciar la
letra erre. Allí, en aquel departamento los compañeros se parten de la risa
oyendo a una persona hablar y hablar enfadada sin pronunciar la erre, como si
fuera un chiste. Y, en realidad aquella persona, puede sentirse ofendida por carcajeo de los colegas.
Igualmente, pasa con los dichosos memes que ponen de vuelta y media a los
maridos, y las esposas o sus amistades se ríen a mandíbula batiente.
Pero
¿realmente nos reiríamos si tuviéramos enterrado al marido en el jardín o deseamos
que se esfume como la niebla para vivir tranquilas?
Claro está que me refiero a situaciones normales y habituales, pues las
otras, las que están sumidas en estados de violencia o en tramitación de
divorcios diversos, lo que dirían sería eso de “El mejor hombre, colgado”, como me aconsejaron a mí, antes de casarme.