El
Papa Francisco cuando fue a Centroamérica y Sudamérica denunció claramente el
feminicidio, es decir, el asesinato del hombre a la mujer, que en aquel continente
desgraciadamente es infinitamente superior a nuestro país. Mal está, desde un
punto de vista gramatical, referirse al asesinato de una mujer como violencia
de género. Una mujer o un hombre no es un género, no es una cosa, es un ser
cuya vida es degollada, golpeada, asfixiada, ahogada. El género es de los
objetos. Por eso creo que la violencia no tiene género.
Y
en estos tiempos convulsos políticamente, en los que tenemos cifras de mujeres
asesinadas por sus maridos, parejas, familiares o depredadores; niños huérfanos
por todos estos crímenes; se deja de contar, con cifras, la violencia ejercida
por la mujer sobre el hombre, sea quien sea su parentesco, la cual también mata
a sus hijos, como vemos a menudo en los medios informativos.
En
ese capítulo de violencia de género no se incluyen estos crímenes, ¿por qué?
El
matriarcado que estamos imponiendo las mujeres en un mundo que pretende ser
igualitario, estamos, al mismo tiempo, criminalizando a todos los varones,
haciéndonos creer que todos pueden ser supuestamente violentos.
Y
las mujeres ¿no podemos también ser supuestamente violentas?
Creo
que, tanto varones como mujeres, si nos encaminamos hacia el mal podemos ser
igual de violentos, ellos con la fuerza bruta y ellas con la malicia
psicológica, o con ambos instrumentos, ellos y ellas.
¿Qué
objetivo tiene solo criminalizar al hombre?
Hay
que tratar al criminal como lo que es, no porque sea varón o mujer sino por el
mal infringido. Si realmente las leyes que se aprobaron hace unos años hubieran
dado en la piedra filosofal de la violencia, hoy un hombre no hubiera degollado
a la mujer número 52 en España.
Hay
que revisar las políticas, y no alardear del gran número de denuncias, pues
cada año el Consejo General del Poder Judicial emite cifras del número de
denuncias, y entre ellas, el número de denuncias falsas por el uso espurio del
derecho, y éstas van en aumento.
Tanto
el hombre como la mujer han de ser educados hacia el bien y el respeto,
respecto de los demás y hacia los demás, frenando los instintos violentos y de
superioridad.