16 septiembre 2012

Los elementos que construyen la familia

El Santo Padre Benedicto XVI, en el VII Encuentro Mundial de la Familias, en la homilía de la celebración eucarística del día 3 de junio de 2012, en Milán, nos animó profundamente a seguir en la vocación del matrimonio cristiano. Ahora es un nuevo momento para releer aquella brillante homilía; sin duda despertará en nosotros ideas nuevas o antiguas, para empujar y seguir adelante en la relación conyugal.

A continuación se cita un extracto, y al pie, el link de todo el texto de la santa sede.

"Vuestra vocación no es fácil de vivir, especialmente hoy, pero el amor es una realidad maravillosa, es la única fuerza que puede verdaderamente transformar el cosmos, el mundo. Ante vosotros está el testimonio de tantas familias, que señalan los caminos para crecer en el amor: mantener una relación constante con Dios y participar en la vida eclesial, cultivar el diálogo, respetar el punto de vista del otro, estar dispuestos a servir, tener paciencia con los defectos de los demás, saber perdonar y pedir perdón, superar con inteligencia y humildad los posibles conflictos, acordar las orientaciones educativas, estar abiertos a las demás familias, atentos con los pobres, responsables en la sociedad civil. Todos estos elementos construyen la familia".

Homilía sobre la familia y el matrimonio, Benedicto XVI

11 septiembre 2012

Una oración en el ritual matrimonial

La celebración del Matrimonio católico para que sea válido debe tener tres elementos esenciales: el primero el consentimiento de los novios, la bendición e intercambio de anillos y la bendición nupcial. Además, en la celebración se recitan y rezan unas oraciones muy bonitas. Todo ello está en los libros litúrgicos de la Iglesia católica. El sacerdote que bendecirá el Matrimonio es el que suele sugerir a la futura pareja la conveniencia del contenido de la celebración pero con la aceptación  de los novios que son en definitiva quienes serán los ministros del sacramento.

Seguidamente, me refiero al rito de los desposorios cristianos según el rito occidental romano; los nombres propios de Joan e Isabel están en el lugar donde se han de decir los nombres del hombre y de la mujer que se casan:

Señor Dios nuestro,
que para revelar tus designios
quisiste que el amor del hombre y la mujer
fuera signo de la alianza
que estableciste con tu pueblo,
y que la unión de los esposos
en el sacramento del matrimonio
manifestara las bodas de Cristo con la Iglesia.

Extiende tu mano protectora
y sobre estos hijos tuyos Joan e Isabel
que a lo largo de la vida común,
santificada por este sacramento,
se comuniquen los dones de tu amor
y que, siendo el uno para el otro signo de tu presencia,
sean en verdad un solo corazón y un solo espíritu.

Concédeles, Señor,
mantener con su trabajo la vida de su hogar,
y educar a sus hijos según el Evangelio,
para que formen parte de tu familia santa.
Colma de bendiciones a tu hija Isabel
para que pueda cumplir sus deberes de esposa y madre,
y sea el alma y la alegría del hogar.
Bendice también a tu hijo Joan,
para que cumpla su misión
de esposo fiel y padre solícito.
Concede, Padre Santo,
a quienes se han unido ante ti
y desean acercarse a tu mesa,
participar un día en la alegría del banquete eterno.
Por Jesucristo Nuestro Señor.

Ahora, ánimo! Que con tanta belleza y buenos augurios en manos de Dios, tenemos mucho camino hecho en el matrimonio de nuestra vida.

08 septiembre 2012

El sometimiento en el Matrimonio

La lectura simplista y lineal o literal de los textos sagrados, tanto del Antiguo Testamento como del Nuevo, nos puede llevar a confusiones, y en definitiva a no entender nada. No se pueden leer como una noticia de un periódico habitual. De la Sagrada Escritura no se puede extrapolar nada del contexto en que está escrito, de la época y de su misión: mostrar la Revelación de Dios y la Redención; siempre hay que leerlos a la luz de la fe, para su real y completa comprensión. En efecto, si leemos de san Pablo a los Efesios (5, 21-32) el extracto referido al Matrimonio a frases sueltas, y con mala fe, nos podemos encontrar con que la mujer, la esposa, mejor se ponga debajo de una mesa para no ser azotada, o eche a correr y salga del domicilio conyugal.

Este texto empieza y sigue así:

“Hermanos: Sed sumisos unos a otros con respeto cristiano. Las mujeres, que se sometan a sus maridos como al Señor; porque el marido es cabeza de la mujer, así como Cristo es cabeza de la Iglesia; él, que es el salvador del cuerpo. Pues como la Iglesia se somete a Cristo, así también las mujeres a sus maridos en todo”.

Este punto ha sido despreciado y criticado muy a menudo porque el concepto de sometimiento induce a entenderse como represión. En cambio, la palabra “someterse” en el diccionario de la lengua tiene muchas más acepciones. Una muy habitual es la que se usa en las cámaras legislativas o asambleas parlamentarias cuando se dice que tal texto “se somete a votación”. Creo que ningún parlamentario se siente oprimido ni reprimido porque se le ofrezca la posibilidad de votar, además puede votar o no, es decir abstenerse, votar sí o no, salir de la cámara a tomar un café… etc. Así, en el Matrimonio “someterse” también puede significar: mostrar, ofrecer, exponer, proponer, sugerir, plantear, expresar, presentar, formular, brindar, encomendar, delegar…

A continuación san Pablo dice:

“Maridos, amad a vuestras mujeres como Cristo amó a su Iglesia. Él se entregó a sí mismo por Ella, para consagrarla, purificándola con el baño del agua y la palabra, y para colocarla ante sí gloriosa, la Iglesia, sin mancha ni arruga ni nada semejante, sino santa e inmaculada. Así deben también los maridos amar a sus mujeres, como cuerpos suyos que son".

En este pequeño extracto, el cual sigue con más enseñanzas para los esposos, podemos comprobar que tanto revuelo por lo del sometimiento está fuera de lugar. En lo que insiste san Pablo y es la lección más importante, es que tanto el hombre, el esposo, como la mujer, la esposa, tienen un auténtico y único referente: Cristo y su Iglesia.

06 septiembre 2012

Se casan

Una madre sabe que sus hijos, cuando se hacen mayores, quieren volar, independizarse, pero no tienen más remedio que seguir viviendo en la casa de los padres hasta que se da ese mejor momento para irse. De repente, llega ese día que lo has visto venir, con más o menos escepticismo, pero lejanamente, y te dice: ¡Mamá! me he prometido, ¡nos casamos el año que viene! Entonces, te pones contenta, te hace feliz saber que tu hijo es feliz también, que tiene un proyecto de futuro de felicidad eterna pues lo ha unido al de Dios para que Él lo bendiga.


Pero al cabo de unas horas, cuando se reempieza la rutina que debido a las emociones se había interrumpido, te entra esa sensación profundamente íntima de madre de que aquel hilo umbilical imaginario que se mantenía en el aire del hogar paterno, en breve, se iba a disipar. Dejas en su dormitorio su ropa planchada, alguna cosa más que le corresponde poner en sitio y miras sus cosas, ordenadas, sus recuerdos a la vista, y piensas que en breve será esposo de su esposa, bella entre todas, buena, la mejor para él, sin duda, pues los dos se quieren y desean establecer un compromiso mutuo y para siempre, pero, tú la madre, sentirás el último desgarro pues él dejará la casa de su padre y de su madre y se unirá a ella en una solacarne. Imaginas tu casa con tus hijos, pero borras la imaginación para no rebobinar y atropellarte. Éste era último que quedaba en casa, y pronto se irá fuera del hogar familiar. Has hecho lo que has sabido y lo que has podido, y Dios sabrá si los has hecho bien. A pesar de que todo era bueno, se te llenan los ojos de lágrimas, que las retuviste para no demostrar flojera ni compasión, finalmente en tu soledad lloras porque ves que pronto aquella habitación quedará vacía. Pero no pasa nada, es la ley de vida natural. Te pones en marcha, a pensar, y concluyes (de momento) ¡menos mal que hemos ahorrado un poco! porque tendremos una boda en la familia, que esperamos que sea presidida por el amor y la austeridad... un nuevo motivo para transmitir nuevas ilusiones en este blog.

01 septiembre 2012

En contra del aborto

Todos tenemos derecho a cambiar nuestras ideas, actitudes, maneras de pensar y de partido político a la hora de elegir a nuestros representantes en las cámaras legislativas y gobiernos, sobre todo si con anterioridad nuestra elección no fue moralmente justa. A partir de ahora, mirando al futuro, lo importante es usar la conciencia, y si está adormecida, despertarla. Estas agitaciones se producen cuando se inicia un proceso electoral, como ocurre cada cuatro años en USA, para cambiar de Presidente, o bien para confirmarlo un nuevo periodo. Vemos sus magníficas campañas electorales como un gran espectáculo, incluso con los errores o equivocaciones, sin que sean tomas falsas, en vivo y en directo. Todo aquel gentío ilusionado y aplaudiendo parece que nos contagie a estar a su vez de acuerdo con todos ellos.

El toque publicitario lo dan siempre los señores y las señoras de Hollywood. Uno de ellos que en esta campaña electoral no lo he visto, todavía, participar en favor de ningún candidato es Jack Nicholson, el cual no solo es conocido por su amplia filmografía, muy interesante, con más de 65 películas, sino por su vida disoluta. Sin embargo se produjo un acontecimiento importante en su vida que le hizo cambiar diferentes posicionamientos que había sostenido hasta entonces. En estos últimos años se proclama antiabortista: se enteró, tarde, que la mujer que le había hecho de madre era su abuela, y la que le había hecho de hermana mayor era su madre; ésta se quedó embarazada muy jovencita y le propusieron abortar, pero ella a pesar de los problemas que tuvo que afrontar, siguió adelante, ¡una mujer valiente!. Jack Nicholson ante este acontecimiento impresionante, proclama: Estoy en contra del aborto…Mi única emoción es la gratitud, literalmente, por mi vida.  Esta actitud a favor de la vida también la hemos de encontrar en nuestros gobernantes, legisladores, presidentes y reyes, para votarles realmente en conciencia y a conciencia.

31 agosto 2012

El adulterio, pecado mortal

El adulterio es una violación y una trasgresión al compromiso establecido entre dos personas casadas entre si. Por lo tanto es algo que ocurre en el ámbito matrimonial y se refiere al hecho de tener relaciones sexuales con una persona distinta a tu propio cónyuge. Con los siglos, los años, los tiempos y la moral supérstite, el adulterio ha ido cambiando de peso en cuanto el castigo que pudiera merecer y las consecuencias que por él se derivasen. Conocemos como todavía en algunos países se apedrean a mujeres por haber sido acusadas de adúlteras, o como en otros países, España por ejemplo (hay muchos más) no es causa de nada, jurídicamente hablando. Si ante la ley no supone ninguna pena o castigo, ni es causa de separación ni de divorcio, lo que está claro es que para el cónyuge víctima supone una frustración imponente, un disgusto tremendo, y un caos emocional que le va a ser difícil de superar, todo ello –aunque legalmente no haya protección- podría  llevar al matrimonio a separaciones y rupturas, como todos sabemos.
 
Sin embargo en las religiones monoteístas y que abastan el mundo como lo son el cristianismo, el islam y el judaísmo, se considera el adulterio como una violación grave a la ley de Dios. No es ya una ofensa al cónyuge, sino una grave ofensa a Dios. Esto hemos de tenerlo en cuenta pues  el ser humano es un ser naturalmente religioso, y estas religiones con unas raíces muy comunes, a pesar de sus divergencias importantes, sitúan a Dios por encima de los hombres, las mujeres y por supuesto de sus leyes. No es baladí, pues, que esa trasgresión al compromiso dado en el matrimonio sea aún más grave en nuestro sentido, y es un posicionamiento que en el ámbito pagano, agnóstico o ateo, no se entiende, y en algunos casos no se respeta.

En la religión católica, el adulterio se considera como uno de los pecados gravemente contrarios al Matrimonio, así consta en el Catecismo de la Iglesia Católica, nuestro libro de doctrina que movidos por la fe, creemos. Es más, tiene la entidad de pecado mortal. Para repararlo no basta pedirle perdón al cónyuge ofendido; tampoco basta para limpiarlo participar en una confesión comunitaria, en la que mucha gente pide perdón a Dios por sus pecados, sean los que fueran. Lo que repara de verdad esa grave ofensa a Dios es acogerse al sacramento de la penitencia (confesión sacramental) y privada con el sacerdote.

28 agosto 2012

Mis queridas Vacaciones

Este año, como otros, hemos tenido incendios que han quemado muchas zonas de nuestro país porque no acabamos de ser conscientes del gran bien que tenemos con la naturaleza; a ver si aprendemos para el año próximo a cuidar la Tierra. Por otra parte, hemos tenido unos días espléndidos de sol, que nos han permitido ir a la playa, hacer viajecitos y excursiones. Sin embargo, algunas personas no han llegado a su destino o no han vuelto de retorno a casa, a la rutina tan esperada, deseamos que estén en la gloria celestial que a todos nos espera. Nos toca, pues, a los que seguimos adelante, sacar con ilusión y empeño el proyecto de nuestra vida que Dios ha diseñado para nosotros, en la medida que nuestra opción de libertad la inclinemos lo máximo posible hacia bien.

Estas vacaciones ya han sido; y estamos con la pena de haberlas consumido, pero con el tiempo y la paciencia llegaremos a las siguientes, que desearemos que sean mejores que éstas o cualquier otras. Aunque sigamos con el calor propio del verano, para muchos y muchas las vacaciones ya solo son tema de conversación entre la familia, los amigos y los compañeros de trabajo, y momento para hacer ese álbum digital que nos llevará siempre a la melancolía. Ahora es tiempo de comer menos y trabajar más, pues en las vacaciones hasta el dormir engorda. Así que, mis queridas y siempre Vacaciones, ¡hasta el año que viene!





  El último domingo del año, después de Navidad, la Iglesia lo dedica a la Sagrada Familia de Nazaret, como modelo a seguir por parte de las...