Conversar con mujeres que están viviendo la viudedad a mí
me reporta un aspecto conmovedor y de profundo agradecimiento a Dios sobre el
estado matrimonial en el que nos encontramos las personas casadas y en el que
gozamos todavía de una vida junto a nuestro esposo. La viudedad ofrece una ocasión
muy grande para vivir al pie de la Cruz, como lo estuvo María, la Madre de Dios
y Madre nuestra, junto a otros que allí se encontraban. La viudedad no suele
ser un estado de liberación en el que dices ...por fin eres libres!, o
que ...por fin tengo tiempo para mi!. Es muy probable que si el esposo murió
después de una larga o corta enfermedad, se produzca un respiro en el cuerpo y
en el alma de la viuda (o la viudo), a partir del momento de la muerte. Pero cuando antes estaba y luego ya no, sin previo aviso
de nada, repentinamente, entonces la ruptura es brutal.
Cecilia me explicaba, al compartir su experiencia, que
cuando le enseñaron la ecografía de su nieto, ni saltó de alegría ni saltó por
nada, sino hasta al cabo de tres días que mirando la foto de su difunto esposo comprendió
la belleza de una nueva vida en el vientre de su hija, la cual la había tenido
junto a Josep. Ahora, casi a los seis años después de la separación de sus
cuerpos mortales, explica su dolor sin llorar, como si ya estuviera curado.
Pero sabe que su vida no es ni será igual que antes. Pero que gracias a Dios
tiene la obligación de seguir viviéndola, disfrutándola y compartiéndola con
otras personas, sus hijos, sus nietos, y sus amigas que vamos comprendiendo su
estado y su dolor, sus nuevas emociones, a través del amor que nos intercambiamos.