Un soldado
americano destinado en Irak recibe una carta de su novia. La carta decía lo
siguiente: Querido Alberto, ya no puedo continuar con esta relación. La
distancia que nos separa es demasiado grande. Tengo que admitir que te he sido
infiel dos veces desde que te fuiste y creo que ni tu ni yo nos merecemos esto,
lo siento. Por favor devuélveme la foto que te envié. Con amor, Daniela.
El soldado, muy
herido..., le pidió a todos sus compañeros que le regalaran fotos de sus
novias, hermanas, amigas, primas, etc. Junto con la foto de Daniela, incluyó
todas esas otras fotos que había recolectado de sus amigos. Había 57 fotos en
el sobre y una nota que decía: Querida Daniela, perdóname, pero no puedo
recordar quién de todas ellas eres. Por favor, busca tu foto en el paquete y me
devuelves el resto.
Esta historia de
novias y soldados que corre por la red no puedo asegurar que sea cierta, pero
lo que es cierto es que se parece a muchas otras historias del servicio militar
o de crónicas de guerra, y que suenan a crueldad
amorosa. Muchas personas no pueden superar las dificultades de las esperas. Y
pasa que en la tristeza y en la impaciencia siempre hay alguien que te quiere
ayudar, pero a saber a qué precio.
Diferente es la historia
de una mujer que se hizo ilusiones, sin fundamento, de un hombre que veía muy a menudo, pues
trabajaban en la misma empresa, francesa y de cosméticos, y en la misma planta diáfana. Loren fantaseaba con su imagen por las noches, lo seguía por la
tarde en el metro y estaba pendiente de todos sus movimientos. Él, sin estar al
caso de nada, la miraba pero no la veía como ella pensaba, pues Loren creía que
la miraba hasta absorberla. Se hacía la encontradiza en el pasillo hacia el
ascensor, en la máquina del café, en la fotocopiadora, en la puerta de acceso
al servicio, en el bar, y le reía las gracias dijera lo que dijera. Pero llegó
el día en que las compañeras, después de los amplios comentarios que Loren hacía
de él, le dijeron que sus sentimientos no tenían futuro, que se trataba de un
hombre comprometido pues Pierre estaba casado, tenía tres hijos, su esposa era
encantadora y la quería mucho.
Loren se quedó
perpleja aunque sabía perfectamente que estaba casado. Como si aquel varón la
hubiera despreciado, se sintió despechada y arremetió verbalmente y con cierta
violencia en los gestos, contra las compañeras que querían evitar que esa
obsesión, nacida por error en su corazón y en esa química indominable que a
veces nos arrebata, se convirtiera en un despecho feroz.
El amor, aquella
química que la dominaba al ver a Pierre, se convirtió en odio. Su odio la quemó
por dentro y tramó algo. El día elegido para su plan, se mantuvo en vela toda la noche. Fue a trabajar vestida
con sus mejores galas, transformada en una leona; apenas trabajó. Sus
compañeras pensaron que solo estaba contrariada, pero nada más. Se quedó en la
empresa hasta más tarde, para controlar la hora en que él salía.
Salió Pierre y
Loren fue tras él por la calle, taconeando todavía más, aunque él debido a que
llevaba los auriculares no la oyó llegar ni hasta la breve distancia donde se
había detenido, en el mismo andén de la estación habitual del metro. Allí, ella,
sin percibir la presencia de las personas que estaban a su alrededor, muy
decidida lo empujó a las vías. Los gritos llenaron la estación, se oía la
llegada del tren a toda velocidad. Ella, en cambio, se mantuvo inmóvil mirando
como Pierre se debatía para incorporarse y deseando ser salpicada por la sangre
de aquel hombre que había deseado tanto en sus noches solitarias. Sin oponer
resistencia, el guardia de seguridad la placó y le puso las esposas y Pierre fue
rescatado por varios hombres valientes que se expusieron a morir por un hombre
que no conocían. Nadie dudó al ver a Loren que la autora del crimen había sido
despechada. Con los ojos rojos, en pleno ataque de nervios, Loren masculló su
nombre. El resto ya lo sabemos, fue condenada por la justicia francesa a más de
veinte años de prisión por intento de asesinato. Nada pudo hacer su abogada
alegando enfermedad mental, pues el forense apreció que Loren estaba perfectamente
cuerda, sin embargo se había obcecado por el hombre equivocado.
Más allá de estas
historias de crímenes pasionales, están los crímenes en el seno de los
matrimonios o de las parejas que conviven sin compromiso alguno o de las que
fornican por propio interés. Son esos crímenes que se perpetran cuando ella
dice ¡No puedo más, me voy! y él contesta ¡Mía o de nadie!.