Este
verano se ha desatado en Francia la polémica del burkini, supongo que es debido
a la conciencia que ya se tiene de la invasión continuada de una cultura y de una religión que, en aras de la libertad de conciencia, se ha ido instalando también en el país
galo. Las mujeres que han criado a sus hijos en los países europeos, lejos de sus
países de origen quieren disfrutar, a su modo, de la playa, las piscinas y el
sol. Sabemos que, en los parques acuáticos y otros lugares con piscinas, rigen
unas normas sobre el cómo vestir en el entorno, por razones de seguridad, así
que ni el burkini ni otras pendras están autorizadas. Se trata de normas encaminadas
a la seguridad personal de los bañistas dentro los recintos y no a
discriminaciones baratas.
Sin
embargo, prohibir el burkini, en España, creo que todavía no se ha hecho y si
llega a hacerse, habrá que pensar en qué razón de peso estará basada la
prohibición. Por lo que yo sé, un burkini es una prenda para el baño, nada más.
Tiene colores vivos y bonitos y solo deja al descubierto la cara, las manos y
los pies de la mujer que lo lleva. Esta mujer, en la playa o en la piscina,
llama la atención porque contrasta con la mayoría de las mujeres que llevan la
mínima expresión de un bikini, o solo llevan la braguita. Y a su vez contrasta
con las que llevamos bañador de una sola pieza, tipo de pieza que este blog no
me he cansado de aconsejar y promocionar junto con pareos y otros complementos
veraniegos.
¿Qué
ocurre con el burkini? Nos resulta novedoso, se mira y se comenta. Nos llama la
atención y nos hace recordar los ataques del estado islámico, pura y simplemente. O creemos
que la mujer que lo lleva está obligada a llevarlo, es una reprimida y hay que
liberarla de su opresión. En fin, como es un tema opinable podríamos hacer una
lista larguísima de los motivos por los que rechazamos esa prenda puesta en una
mujer, digamos, islámica.
Nos
obstante, deberíamos recordar que hasta principios del siglo XX, se acudía a
las playas vestidos, sólo se desnudaban los niños (no las niñas) y los adultos
iban con ropa de lino o algodón, sombreros ligeros y sombrillas de mano.
Una colección maravillosa de cuadros de nuestro estimable Sorolla nos muestra
está costumbre en la playa. También podríamos recordar que los hombres y
mujeres que practican submarinismo van con un traje de neopreno, así como
muchos deportistas que se deslizan en una tabla por el mar. Y ¿quién dice nada?
La
discusión que se está generando más bien tendría que interesar a la industria
textil de los bikinis y bañadores pues con el crecimiento del cáncer de piel en
nuestro país o pieles desiguales que les afecta el sol por naturaleza, ¿Quién
no va atreverse a fabricar un bañador de camino al burkini, pero no del todo?
En
definitiva, o nos tapamos un poquito más o nos taparán. Además, taparse un
poquito más, va a significar dar paso al pudor, tan desprestigiado por los
liberalistas y nudistas que hace tiempo que lo dejaron por el camino.
Pero lo que me resulta preocupante es que en nuestros países europeos ya
han crecido varias generaciones de hijos musulmanes y somos nosotros los que nos
hemos adaptado a ellos pues creemos en los principios de igualdad, libertad y
fraternidad, en cambio, si un cristiano pretende ir de turismo a un país islámico
no podrá llevar ningún símbolo cristiano (cruces, medallas) ni libros católicos ni por
supuesto encontrar una iglesia donde se celebre el culto. Tampoco podrá hacer apostolado ni un jugador de fútbol persignarse al marcar un gol. La religión que no sea islámica está prohibida.
Por
lo tanto, señoras y señores, lo del burkini es puro maquillaje, distracciones de
cuplé para europeos.