Ante los fracasos y derrumbes de muchos matrimonios católicos en todo el mundo, aún establecidos para toda la vida, en las últimas décadas los Pontífices han editado cartas apostólicas, exhortaciones, así como el propio Catecismo, concretando y aclarando qué es y qué significa el matrimonio católico, es decir, qué supone CASARSE POR LA IGLESIA.
El
matrimonio establecido entre un hombre y una mujer en una ceremonia en una
iglesia, no significa de por sí que los cónyuges se casen por la iglesia, aunque
en su apariencia sí pues salen del templo una vez firmados los documentos
debidos para dicho efecto. Pero la apariencia no sirve por sí misma ante Dios. De
ahí que haya tantos matrimonios nulos que el Tribunal Eclesiástico de la
correspondiente diócesis, a petición particular, resuelva en ese sentido.
Todos
los sacramentos de la Iglesia infunden la gracia sacramental propia de cada sacramento,
siempre y cuando la persona que lo recibe esté en gracia de Dios. Aquí hay que
detenerse. Es decir, la pureza del alma es lo más importante al momento de
casarse ante Dios, pues la gracia que se recibe no es la absolución como en una
confesión, sino la gracia del sacramento del Matrimonio para poder llevar
adelante el Plan de Dios. Si se está en pecado mortal, la gracia del sacramento
del matrimonio no se recibe. Efectivamente
estás casado y tienes los documentos como tal, pero la gracia queda en pausa. Porque
Dios no actúa a traición, jamás. El Señor espera, es paciente.
Si
en algún momento se produce la conversión del corazón y del alma, al momento de
la absolución del sacramento de la confesión, el penitente recibe un baño de
gracia multiplicado por dos, el de la confesión y, aun habiendo pasado muchos años,
la gracia sacramental del matrimonio.
Por
supuesto, la mala intención al momento de casarse, como por ejemplo que se
trate de un matrimonio a prueba o el ya veremos qué pasa, o mentir en temas de
salud, o que se trate de un medio para salir de casa de los padres y muchas
mentiras más ante Dios, hace que ese matrimonio vaya condenado al fracaso.
Así
que entras en la Iglesia por el Bautismo y con ello te conviertes en Hijo de
Dios, y con el Gran Sacramento, que decía san Pablo, entras con tu cónyuge en
el Plan de Dios creando una familia, cuyo modelo es la Sagrada Familia de
Nazaret.